miércoles, 31 de mayo de 2023

Registro otorgado por INDECOPI


 


El registro del libro de relatos "Los misterios de Kelly" ha sido otorgado el 17 de mayo de 2023 mediante Resolución 1262-2023 /DOA - INDECOPI.

martes, 30 de mayo de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (2)


El teniente de policía Peter Lloyd, acompañado por su hijastra Kelly Sailor, se dirigía rumbo a casa en un auto oficial por las calles de Fort Thomas, Florida. Lloyd estaba encargado del departamento de homicidios de la estación local, donde nadie dudaba del apego de Lloyd a su trabajo, a pesar de no ser tan efectivo como su capitán realmente querría. Kelly vivía con él y con su madre, Leticia. Era sábado y Kelly había ido a la estación con su padrastro para ver cómo eran las cosas por dentro. La pelirroja de 14 años era fanática de las historias de detectives, pero no se decidía entre seguir la carrera de su padre o algo más tranquilo, con menos balas. Por el momento prefería hacer su vida habitual, así como no descuidar sus materias en la escuela, donde la nombraron, de manera simbólica, detective escolar.

            — Peter, antes de llegar a casa… ¿podríamos pasar a comprar dulce de toronja? Hace tiempo que no pruebo el dulce de toronja.

           — Terminaste con una jarra de jugo hace dos semanas. ¿Cómo puede gustarte la toronja, por Dios?

            — No todos los paladares son iguales. Por ejemplo, odio las aceitunas negras que tanto te gustan. Prefiero las verdes rellenas con pimiento.

            — Está bien, si no surge nada, pasaremos por la tienda de la calle Rover.

            Mientras tanto, en el departamento 211, Ron Needles sentía ganas de festejar. Sin embargo, no había tiempo para ello. Limpió todas las huellas de Katz y Jenkins, dejando sin embargo las de Cassidy en la cómoda de la sala. Asimismo, destruyó el mapa de calles, colocó algunas sillas que había llevado a su dormitorio de nuevo en la sala, tiró el ponche en el lavabo, lavó los vasos con el veneno pensando en deshacerse de ellos más tarde junto con el whisky. Luego regresó al dormitorio donde tomó un par de esposas que tenía preparadas, asimismo un pañuelo grueso. Silbando, se dispuso a amordazarse él mismo para luego esposarse en el lavabo del baño cuando escuchó el timbre eléctrico conectado con la puerta principal del edificio. El presidente de la asociación de propietarios, Carter, había regresado antes de tiempo, acompañado por su esposa e hijo.

            — ¡Needles! ¡Abre! ¿Quieres?

        El hombre no podía responder. Se suponía que debían encontrarlo esposado y amordazado. También se suponía que la gente debía regresar 20 minutos más tarde.

       — ¡Needles! — El llamado se escuchó nuevamente, seguido por una pequeña conversación de Carter con su esposa — ¡El vigilante del edificio de enfrente dice haber visto a dos hombres saliendo de aquí, cargando algo! ¡También dice que ya llamó a la policía! Maldición, espero que no haya pasado nada malo. Querida, dame la llave, ¿quieres?

            — La tengo por aquí, en mi bolso. Aquí está.

            — ¡Vamos a subir!

            El asesino escuchó los pasos de Carter subiendo hacia el segundo piso. Apagó los equipos de comunicaciones, escondió los vasos, también la botella, corrió al baño, se amordazó y esposó, justo a tiempo para escuchar el violento toque en la puerta del departamento, con las sirenas policiales en la calle como fondo musical.

            — ¿Estás ahí, Needles? ¿Qué diablos…?

            — ¿Sucede algo malo, señor? — preguntó Bill, el conserje, quien había bajado desde el último piso.

            — Querida, recibe a la policía en la puerta. ¡Bill, trae la llave maestra!

            En el piso del baño, el asesino repasaba mentalmente lo que iba a decir. No tuvo tiempo de pensarlo mucho porque la policía abrió, encontrando al hombre tal como él quería que lo hallaran.

            — Soy el oficial García. ¿Cómo se encuentra? — le preguntaron tras quitarle la mordaza.

            — Bien; por favor, quítenme estas esposas. Tengo una caja de herramientas caseras en la cocina, hay una pinza de presión, también una pequeña sierra.

            — Déjeme probar primero con la llave de las mías ¿Qué fue lo que ocurrió aquí, señor?      

            — Entraron tres hombres, me encañonaron, a uno de ellos lo conocía.

            — ¿Lo conocía usted?

            — Le explicaré todo con más detalle luego de una copa de jerez.

            Carter avisó que iría abajo.

            — ¡Yo iré a ver si hay algo en el video de seguridad del lobby!

            Puesto que la llave del agente policial no pudo abrir las esposas, hubo de usar las herramientas para liberar al hombre, lo cual lograron justo a tiempo para ver a Carter, pálido como nunca, entrar de nuevo diciendo:

            — Acabo de ver las imágenes del lobby. Creo que vamos a tener que llamar a otro tipo de policías.

            En el vehículo policial, el teniente Lloyd recibió una llamada a través de la radio. Kelly escuchó con atención, pues la llamada realmente tenía carácter de suma urgencia.

            — Tenemos un código 29 con posible código 31 sin cuerpo a la vista en los apartamentos Stone, calle Sheldon, número 411, departamento 211, se requiere su presencia.

            — Avisen a Adams y a Hall, tal vez necesitemos un fotógrafo y tomar huellas. 10-4.  Kelly, me temo que vamos a tener hacer una parada en el edificio Stone, a seis cuadras de aquí.

            — Por la radio dijeron robo armado y posible homicidio. ¿Me vas a llevar a verte trabajar?

            — Solo por esta ocasión, no quiero hacer esperar a los oficiales en escena.

            — Adiós, dulce de toronja.

      El edificio Stone, de solo cuatro pisos, se alzaba sobre uno de esos barrios residenciales donde se percibe seguridad al caminar de noche, una sensación empañada tras lo acontecido apenas unos minutos antes. Por fuera, el edificio, de color plomizo casi azulado, se veía bellamente dividido en dos bloques por una estructura horizontal de madera que se elevaba hasta sobrepasar la terraza, tras lo cual se extendía a lo largo de ella. Kelly salió del vehículo mirando hacia todos lados, imaginando estar en una de esas historias de ficción pobladas de gente despiadada, así como de gente con deseos de justicia a toda costa. Al cruzar la puerta eléctrica del 411 de la calle Sheldon, sintió algo que le decía que estaba a punto de ingresar a una nueva fase de su vida, en la cual se sumergiría en terrenos solo comparables a los plasmados en sus libros de bolsillo o a ciertas historias de la pantalla chica que le siempre le parecieron fascinantes.

.           Poco después ya estaban reunidos en el departamento 211 el teniente Lloyd, su hijastra y los dos oficiales que habían acudido primero a la emergencia.

            — Soy el teniente Lloyd, de homicidios. Kelly, por favor, siéntate en ese sillón, ¿quieres? ¿Qué es lo que saben hasta ahora, oficiales?

            — Somos los oficiales Tanner y García, teniente. Fuimos alertados por el señor Benjamin Carter, presidente de la junta de propietarios. Hemos visto una grabación de la cámara de circuito cerrado en la oficina de administración, solo apunta al lobby… nunca vi algo parecido en mi vida. Dos hombres con máscaras de animales llevándose a otro enmascarado, presumiblemente muerto. El señor aquí es la víctima del robo, Ron Needles, lo encontramos esposado en el baño. Dice poder identificar a uno de los asaltantes, un ex compañero de escuela de nombre Horace Cassidy, quien asimismo es el tipo que fue llevado fuera de aquí por sus cómplices. Según el testimonio del vigilante de un edificio cercano, partieron en un auto grande, al parecer un Bronco, rumbo al norte. Hay una cámara aérea en la calle que apunta hacia la puerta y el garaje, pertenece a la ciudad. Avisamos a Tránsito para que revise esas imágenes.

            — ¿Dice que lo encontraron esposado…? — musitó Kelly, con mirada de haber notado algo que le resultaba extraño, a lo cual Lloyd le respondió con una mirada de esas que mandan a guardar silencio.

    — Lamentamos mucho lo ocurrido, señor Needles — continuó Lloyd —. Ahora debemos ponernos a trabajar. Antes que nada, veamos cómo ocurrió todo desde un principio — dijo Lloyd —. ¿Usted dejó pasar al señor Cassidy desactivando el candado eléctrico?

         — Así es. La voz que escuché por el parlante era la de Beans, así apodábamos a Cassidy en la secundaria, la escuela Marshall de la calle Roundtree. Ya me había reunido anteriormente con él, hace algún tiempo, en un bar; tomamos algo, recordando los buenos tiempos. Éramos grandes amigos entonces, no tuve problemas en darle mi dirección. Pensé que solamente quería devolverme la visita. Pero en el momento en que abrí la puerta del apartamento, otros dos tipos más irrumpieron en la sala. Todos tenían máscaras. Nunca imaginé que fuera capaz de hacerme esto… ni que ocurriría esta tragedia.

            — Dígame, respecto a esa cámara de circuito cerrado con grabación de imagen en el lobby... ¿Nadie la estaba monitoreando en vivo?

            — No, teniente, solo se instaló para revisar quién entró o salió del edificio cuando las circunstancias lo ameriten. Es obvio que esta es una de esas circunstancias.

            — ¿No hay cámaras de circuito cerrado en los pasillos?

            — No, señor.           

            — ¿Tienen un vigilante en este edificio?

            — No, solo un conserje, pero vive en un cuarto cerca de la terraza, no escuchó nada. El vigilante más cercano es el que está en el edificio de enfrente, en la acera opuesta.

            — ¿Qué se llevaron?

          — Revisé los cajones de la cómoda y se llevaron 1,400 dólares que eran para pagar ciertas deudas pendientes.

            — ¿Tiene usted un arma?

            — Sí, una Beretta, está en mi dormitorio, pueden revisarla si gustan.

            En ese momento llegaron los dos colaboradores del teniente Lloyd en la división de Homicidios. Adams, quien se encargaba de sacar fotografías, preparó su cámara; Hall se encargaría de las huellas dactilares.

            — ¿A qué se dedica usted, señor Needles?

        — Trabajo para el gobierno en comunicaciones; algunas de mis actividades son reservadas, otras no tanto.

          — ¿Sabe? Me parece extraño que justamente escogieran un día en el que no estaban presentes los propietarios.

            — No es extraño, teniente. Yo hablé demasiado con Cassidy el día que estuvimos en el bar. Para entonces ya habíamos bebido más que suficiente. Le dije que pronto se montaría un espectáculo al aire libre al sur de la ciudad, que la mayoría de las pocas familias que están empezando a poblar este edificio iban a asistir, pero que yo no estaba interesado en esas cosas. Afortunadamente Carter regresó temprano con su familia…. ¡Dios Santo, pudieron haber irrumpido en otros departamentos si no hubiera ocurrido lo que ustedes han visto! Fui muy imprudente. Lo lamento mucho.

          — Usted no podía imaginarse nada en este momento, señor. No se castigue de esa manera.  

            Kelly Sailor se levantó del sillón y empezó a recorrer el lugar hasta llegar a la habitación donde estaban los equipos de comunicaciones. En un determinado momento, mientras el agente Adams tomaba unas fotografías y Hall trataba de recuperar huellas de la cómoda, a Kelly se le ocurrió encender el aparato trasmisor que utilizó el asesino para mandar las instrucciones. El dueño de casa saltó de inmediato.

           — ¡Por favor! Teniente, dígale a la joven que no toque esos equipos, son muy delicados. Algunos son, por decirlo así, únicos en su especie.

            — ¡Kelly, ven aquí de inmediato!

            — Está bien, Peter. Lo lamento, señor Needles.

         Ahora sigamos con esto. Dígame, ¿qué pasó inmediatamente después de que los sujetos irrumpieron en su habitación?

            — Me encañonaron, me llevaron al cuarto de baño, me amordazaron y me esposaron al lavabo. Cerraron la puerta. Escuché que los otros dos discutían, diciendo cosas como “¡Mátalo! ¡Tienes que matarlo!” … algo por el estilo. No podía escuchar bien lo que hacían, pero en determinado momento escuché un ruido fuerte, chasqueante, que debía provenir de la sala, ahora sabemos que fue por la mesita de vidrio destrozada.

— ¿Escuchó algún disparo?

— No, señor, ninguno. Pensé que Beans era un gran amigo. No entiendo qué puede haberle ocurrido.

— Las drogas pueden cambiar a la gente como no se imagina, señor. He visto casos… — empezó a explicar Lloyd.

— Sí, pero, ¿por qué los otros dos se lo llevaron? — interrumpió Kelly Sailor.

— ¿Perdón? — preguntó el dueño de casa.

— Me refiero a que el muerto es precisamente el único de los tres sujetos que podía ser reconocido por la víctima, es decir usted, ya que todos llevaban máscaras. Por tanto, lo lógico es que lo hubieran dejado aquí y desaparecer.

Ron Needles, en lugar de reclamar para que la joven guardara silencio, fingió no escucharla para ensayar algo más con el teniente Lloyd.

— Teniente, debe disculparme por no haber dicho esto antes, pero le confieso que aún estoy en shock. Hay grandes detalles que ahora me vienen a la mente y la verdad es que, justo antes de irse, uno de los tipos, el de la máscara de tigre, entró al baño y me dijo algo así: “No dirás nada o regresaremos por ti. Sabemos dónde vives, te tenemos muy vigilado. Que no se te ocurra decir algo o lo lamentarás.” Ahora que lo veo, creo que con “matar” se referían a mí. Tal vez Beans, en un haz de cordura, quiso detenerlos y hubo un forcejeo; entonces algo malo le ocurrió… no lo sé, es una teoría.

Kelly Sailor, en lugar de quedarse callada, insistió:

— Es que no tiene sentido que un sujeto vaya a robar a la casa de alguien que puede reconocerlo y que sus cómplices, habiendo dicho cosas como “tienes que matarlo”, no hagan nada al respecto; en ese caso tendrían que haber matado o bien al señor Cassidy, o bien a usted, señor Needles. Puesto que usted está vivo, el señor Cassidy necesariamente tiene que estar muerto; pero la pregunta sigue siendo: ¿Por qué se lo llevaron?

Lloyd terminó momentáneamente con ese cambio de ideas preguntando a sus ayudantes si ya habían terminado con las fotografías y las huellas digitales. Habiendo recibido una respuesta positiva, invitó a todos a bajar al lobby, donde intentó calmar a un poco a su hijastra.

— Kelly, si pudieras mantenerte al margen, te lo agradecería. Este es un asunto serio.

La jovencita no dijo nada hasta que todos llegaron a la oficina de administración, ubicada en el primer piso, para que el teniente pudiera ver las imágenes grabadas. Luego de repasarlas, el teniente Lloyd reunió a todos para hacer uso de la palabra.

— Como podemos presumir, es posible que Cassidy haya colapsado en la discusión y no esté muerto realmente, a pesar de que los otros hablaron acerca de la posibilidad de liquidar al señor Needles o al propio Cassidy pues, a decir verdad, ambos eran un problema. De acuerdo a mi experiencia, la actitud de estos tipos no es propia de profesionales. Muchos de estos ladronzuelos solo utilizan sus armas para amedrentar; no son, en el fondo, asesinos, no han traspasado ese umbral que conduce al delito mayor. Cuando se enfrentan con algo cercano a la muerte, no tienen algo preparado, son gente de poca monta. No llevaban bolsas consigo, por tanto, solo buscaban dinero o joyas. Lo más probable es que llevaran a su compañero para que reciba atención; en este momento es la única explicación lógica para que se lo llevaran. Avisaremos a los hospitales para que nos mantengan informados. Adams, Hall, vean si Tránsito ya tiene noticias acerca del vehículo.

— Sí, teniente.

— Señor Needles, usted probablemente podrá solicitar protección a la oficina del gobierno para la que trabaja; sin embargo, dejaremos una patrulla aquí por unos días, aunque lo más probable es que estos sujetos estén escondiéndose en lugar de pensar en regresar. Kelly, vamos a hacer otras preguntas aquí, si puedes esperar en el auto será mejor.

— Claro, Peter. Disculpen, yo a mi padrastro le llamo Peter — dijo Kelly, dirigiéndose a la puerta.

— Espere un momento, señorita. Yo le abriré — dijo Carter, llevando una llave. 

— Pensé que para abrirla desde adentro solo se giraba la perilla.

— No, este tipo de puerta se abre con llave o desde los departamentos con un botón.

Ya con la puerta abierta, la pelirroja se dio el gusto de dirigirse una vez más a Needles:

— ¿Por qué dijo que eran únicos en su especie?

— ¿Qué? — se sorprendió el asesino. Todos voltearon hacia donde estaba ella.

— Los equipos de comunicaciones que tiene en su habitación. Dijo que algunos eran únicos en su especie. Supongo que eso significa que hay algunos que no se venden en ningún lado. ¿Los construye usted?

Ron Needles dudó antes de responder, pero al final, sintiendo la presión de la gente rodeándolo, dijo:

— Bueno, algunos sí, en mi trabajo varios colegas nos caracterizamos por tener esa habilidad.

— Gracias. Eso pensé. Bueno, ahora sí me despido. Adiós.

Kelly Sailor hizo una especie de saludo militar con la mano derecha y salió del edificio. Media hora más tarde, Lloyd, antes de retirarse, quedó en encontrarse al día siguiente con Needles y Carter, junto con el teniente Matthew Anderson de la división de Robos, en el lobby para informar verbalmente acerca de los avances en las investigaciones.

Una vez solo en su habitación, el hombre se sentó en la cama con la botella de jerez al costado, con la intención de acostarse sin comer. Se sirvió una copa, se miró frente al espejo rectangular, alzó el recipiente que contenía el líquido azul y brindó:

— ¡Por mi bocota!

Rió un poco, pero su rostro empezó a transformarse en el de un hombre desesperado hasta que, pocos segundos después, al grito de “¡Mocosa infeliz!”, estrelló la copita contra el velador, para luego echarse de espaldas sobre el colchón con las manos cubriéndole los ojos.


domingo, 21 de mayo de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (1)

 

        — Muy bien, entonces, los que estén a favor de la propuesta…
— ¡No entiendo cómo puede alguien estar a favor de la propuesta!
     — ¡Por favor, Ron! — llamó la atención Benjamin Carter, presidente de la asociación de propietarios del edificio Stone, inaugurado apenas seis meses atrás —. Vamos a votar. Los propietarios que estén a favor, sírvanse expresarlo levantando la mano. Tres, incluyéndome. ¡Los que estén en contra! Cuatro. La propuesta ha sido rechazada…
— ¡Pido una maldita reconsideración! ¿Qué diablos es esto? ¿Se van a dejar convencer por alguien que nunca sale de casa y por ende no le importa nada? — exclamó otro de los asistentes.
— ¡Ya se votó, es todo! — gritó Ron Needles, exasperado — ¡Será para el próximo mes!
— ¡Un poco de calma, señores! Esta sesión se termina. Señor secretario, si pudiera redactar el acta para que todos la firmen…
— ¡Yo no la firmo! — exclamaba otro de los propietarios del edificio, saliendo de la habitación de Carter que servía como sala de conferencias.
Ron Needles fue el último en salir de allí luego de firmar el acta respectiva. Dos semanas más tarde, el hombre esperaba visitas a las nueve de la noche, para lo cual dispuso debidamente las cosas en su departamento. Horace “Beans” Cassidy, Tim Katz y Paul “Ballroom” Jenkins habían recibido una invitación por parte de Ron, ex compañero de escuela, para una reunión por los 10 años de graduación de la secundaria. Él no tuvo problemas en averiguar sus direcciones: los tres vivían muy cerca el uno del otro. Lo curioso es que se les indicó que entraran con una máscara de animal puesta, pues el anfitrión, según la tarjeta, exhibiría algunas fotos de la adolescencia en una pantalla para que después los invitados se quiten las máscaras y les muestren a todos cómo se veían en la actualidad. En el vehículo, un Ford Bronco con transmisión automática, los tres ex compañeros de clase se aproximaban a destino. 
— ¿Puedes creerlo? Lo teníamos como esclavo en esa porquería de secundaria y ahora el cojo nos invita a todos a su departamento. Te diré una cosa: si los tragos no son buenos le meto la cabeza en el inodoro, por los viejos tiempos.
— Yo voy simplemente por curiosidad. Quiero saber qué diablos hizo para conseguirse un departamento a los 27 años en ese vecindario. Me sorprende porque siempre fue un perdedor. Recuerdo que en la elemental todo el mundo quería ser astronauta a pesar de que el Apolo 1 solo sirvió para hacer barbacoa con Grissom y su gente, para que veas que eso a nadie le importó, y él decía que no se subiría a un cohete ni en un millón de años.
— Así es. ¿Te acuerdas cuando en el test de vocación del décimo grado salió como controlador aéreo, pero él anunció que estudiaría química?
— Claro, Beans, pero a ti te salió doble de acción y tú querías ser un maldito proxeneta. Ahora mírate, un sueldo en la fábrica de galletas…
— ¡Jefe de personal! ¡Jefe de personal, que no se te olvide! ¿Por qué crees que estoy en ese puesto? Porque al primero que me contradiga en algo le quiebro la rodilla.
— ¿Así como se la quebraste a Ron? 
Los tres permanecieron en silencio hasta que el semáforo cambió a verde. Katz y Jenkins se miraban como tratando de decidir quién tomaría la palabra.
     — ¡Eso fue un accidente! El director lo dijo, el abogado lo dijo. Los padres de las dos familias estuvieron de acuerdo.
— Miren, cuando entremos nada de decirle “cojo”. No vale la pena, habrá gente allí que no lo tomará bien. 
— Bueno, basta, ya vamos a llegar.
El barrio estaba poblado de edificios relativamente nuevos, en especial la cuadra donde se ubicaba la dirección del anfitrión. Los tres tipos bajaron del Bronco, dejándolo estacionado frente al edificio Stone. Cassidy, con una máscara de león se encargó de tocar el timbre de departamento 211, adelantándose a Jenkins quien iba de zorro, y a Katz quien no quiso ir de gato sino de tigre.


— ¡Needles! ¡Estamos aquí abajo! 
Un leve zumbido indicó que la cerradura se había abierto automáticamente, tras lo cual los invitados empujaron la puerta, disponiéndose a subir los escalones hacia el segundo piso. Al llegar arriba, Cassidy no necesitó tocar para entrar al departamento. La puerta del 211 estaba abierta, dejando ver un decorado de serpentinas y una mesa en el fondo con ponche y otras cosas más. Había música, pero era algo ligera para la ocasión: “Alive and kickin’” de Simple Minds, un tema de moda. Needles estaba de pie frente a dicha mesa. 
— ¡Cojo! — saludó inmediatamente Cassidy al ver que aún no llegaba nadie —. Tú, tan popular como de costumbre.
— Vaya, Needles, tú casi no has cambiado — añadió Katz —. Yo, en cambio, tengo pendiente una cita con el fisioterapeuta. Un mal movimiento tras devolver una pelota de tenis. Pero, por lo que estoy viendo, parece que toda la clase va a estar ocupada en otras cosas esta noche.
— No se adelanten a los hechos — aclaró el anfitrión, cerrando la puerta —, la gente llegará en cualquier momento. Olvídense de ese ponche apestoso, tengo algo guardado para esta reunión. ¿Quieres abrir el cajón superior de ese mueble, Beans?
Cassidy hizo lo que se le pedía, pero no encontró nada.
— ¡Aquí solo hay manteles!
— Perdón, quise decir el cajón inferior.
— ¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí?
Cassidy extrajo una botella de Glenlivet de 12 años que hizo que se le abrieran los ojos. El anfitrión descorchó la botella; a continuación, sirvió un tercio de vaso a cada uno, agregando asimismo algo de soda.
— Qué bonito piso, aunque no veo muchas cosas.
— Están en un cuarto, tuve que sacar casi todo para hacer espacio.
— ¿Y qué hiciste para obtener esto?
— Trabajo para el gobierno como técnico de comunicaciones, hacemos cosas de las que a veces no se nos permite hablar. Aparte de eso, durante un tiempo aposté mi sueldo en partidas de póker. Eso no era bien visto por mis superiores, pero me mantuvieron en el cargo por mi habilidad para manejar equipos. Cuando pude terminar de pagar este departamento dejé de ir a los garitos. En el póker clandestino hay tipos a los que no les importa dónde trabajas si tienes demasiada suerte. 
— ¿Cuánto fue lo que ganaste?
— Seis cifras.
— ¿Es una broma?
— No. Por lo demás, si no tienes familia, casi no tienes gastos. Aparte de eso obtuve un préstamo.
— ¿Para qué?
— Para mi afición preferida. Acompáñenme a la siguiente habitación para que la vean.
En un cuarto al lado del dormitorio, el hombre tenía equipos de comunicaciones bastante sofisticados. Había un transmisor receptor multifrecuencia con indicador LED, receptores digitales de onda corta, audífonos direccionales supresores de ruido y por supuesto, una Dell Turbo que encendió para mostrar una interesante base de datos, entre otras cosas que serían el sueño de un aficionado al espionaje.
— Esto te debe haber costado un ojo de la cara. ¿Puedes captar las transmisiones de la policía? — preguntó Katz.
— Te aseguro que no necesitaremos a la policía esta noche. ¿Otro whisky? Las chicas ya deben estar llegando… o, mejor dicho, las señoras.
— ¡Con hielo! Oye, Ballroom, mira todo esto. 
Mientras Ron preparaba los tragos en la sala, los tres compinches empezaron a hablar.
— Está tan loco como en la secundaria. Quién sabe qué diablos hará en secreto con todo esto. Tal vez ya sabe mucho acerca de nosotros. ¿Tú qué opinas, Ballroom?
— Yo no tengo nada que ocultar. Pero tú, Beans… ¿cuánto más vas a “prestarte” de la caja de la empresa? Y ese Bronco… ¿crees que sepa de dónde lo sacaste y que la licencia no está a tu nombre?
— ¡Ni siquiera mi mujer sabe eso! ¿Tú qué crees?
— Creo que estos tipos del gobierno saben todo. Incluso lo de tu cuenta bancaria. Yo que tú, me largaría de aquí de inmediato.
— ¡Ya basta, hombre! — intervino Katz — Vengan, vamos afuera.
De regreso en la sala, tres whiskies más esperaban a los invitados, más una copa llena de un licor azul para el anfitrión, quien, por cierto, había apagado el equipo de sonido.
— ¿A quiénes más invitaste, cojo? — preguntó Cassidy, llevándose el vaso a los labios.
— A Sandy, Wilma, Lyla… dos de ellas son casadas, pueden traer a sus malditos esposos si quieren.
— Tú sí que has revisado todo… ¿Les has visto las caras?
— Por supuesto, aunque eso solamente lo puedo hacer desde la oficina. Sandy se ve bien para tener 27, pero Wilma tiene los pómulos de un cachalote.
— ¡Pero si ya era un cetáceo a los 17! Ahora lo dices, pero allá nunca te atreviste, ¿sí o no?
— No, pero tú nunca te callaste nada… ¿verdad, Beans? Sé todo lo que hablaste de Geraldine Till a sus espaldas después de que ella declaró en tu contra respecto al accidente.
— Eso es porque fue un accidente, cojo. Quedamos en eso. ¿Y qué es esa cosa azul que tienes en la copa?
— Es… un licor europeo. Usualmente pruebo este tipo de licor en ocasiones como esta.
— ¿Qué es eso, jerez? ¡Déjame probar, hombre!
Cassidy levantó la copita que Ron Needles tenía delante, pero cuando estuvo a punto de llevársela a los labios, el anfitrión le dijo:
— Claro, Beans. ¿Por qué no la pruebas?
Lo dijo con una expresión aterradoramente seca. Su semblante había cambiado bruscamente de sonrisa ausente a mueca de suficiencia. Cassidy se detuvo, devolvió la copita a su lugar y dijo:
— No estarás pensando en envenenarme… ¿o sí, cojo?
Unos segundos de contemplación mutua dieron paso a una risa abierta de los tres invitados, la cual Needles acompañó con su propia tonalidad de risa, algo más leve, nada escandalosa. Una vez terminada esa reacción, el anfitrión tomó la copa del líquido azul, la engulló por completo y dijo: 
— Claro que no estoy pensando en envenenarte, Beans. Ya lo hice.
Cassidy lo miró con rostro de no saber cómo reaccionar, más aún cuando el anfitrión tenía una expresión demasiado dura para ser fingida. El invitado se levantó de inmediato, pero se dobló casi instantáneamente aquejado por un agudo dolor en el vientre, el cual se extendió rápidamente al pecho. Los otros dos invitados se levantaron igualmente para tratar de ayudarlo, pero Cassidy se derrumbó sobre la mesita de sala hecha de vidrio, aplastándola con todo el peso de sus 85 kilos. Katz y Jenkins se miraron el uno al otro por un momento hasta que Needles tomó la palabra para calmarlos.
— Tranquilos, caballeros, ustedes recibieron una dosis más pequeña en sus respectivos whiskies, suficientes para que las primeras molestias aparezcan luego de una hora, pero eso sí, luego de eso el daño será irreversible. Es decir, si no toman primero el antídoto.

— ¡Nos darás el antídoto ahora! — gritó Jenkins, avanzando hacia Ron, quien lo detuvo apuntándole con una Beretta de 9 mm al rostro.
— Mejor siéntate, Ballroom. El tiempo es oro. Además, el antídoto no está aquí.
— ¿Dónde está?
— Antes que nada, tomen asiento, señores.
Los dos, aunque lentamente, obedecieron, sabiendo que era su única oportunidad. Ron se sirvió un poco más del licor azul y continuó:
— A estas alturas ya se habrán dado cuenta que nadie más va a asistir a esta pequeña fiesta. Hace tiempo que vengo vigilando a Beans. También a ustedes. Por lo visto, siguen siendo tan inseparables como en la secundaria, los tres bribones atados como si tuvieran cadenas. Dado que él era quien comandaba su grupito de matones, yo sabía que él insistiría en traerlos… Supongo que vino en el Bronco que adquirió en el mercado negro. Sí, también sé todo eso. Pero vayamos a lo del antídoto. Está en un lugar oculto en una salida de la carretera 41, cubierto con una abundante vegetación. Hace algunos días excavé en ese mismo lugar un hoyo para el señor Cassidy. Si quieren vivir, caballeros, harán exactamente lo que les indico. 
Ron Needles, apuntando con el arma a ambos, introdujo la mano detrás de uno de los cojines y extrajo de allí un pequeño aparato, asimismo un par de pequeñas linternas a pilas.
— Este es un transmisor receptor compacto que yo mismo construí. Responde y transmite en una sola frecuencia, fuera de las que usan los walkie talkies que podrían cruzarse con la señal. Con esto me aseguro de que mi voz o la suya no puedan ser interceptadas ni escuchadas por nadie. Lo que van a hacer es esto. Pónganse estas linternas en los bolsillos procurando que no se les noten. Acomódense bien esas máscaras de tigre y zorro, tomen el aparato y métanlo entre las ropas del señor Cassidy. 
Los dos hicieron lo que se les indicó. La combinación de las máscaras de animales y la angustia que los cubría por completo les daban un aspecto cruelmente cómico.
— Ahora tomarán al señor Cassidy entre los dos y lo bajarán por las escaleras lo más rápido que puedan hasta la puerta principal. No se preocupen por ser vistos, este es un edificio nuevo y los otros seis propietarios se fueron con sus familiares a ver un espectáculo al aire libre. Aparte de un servidor, solo está un conserje que tiene un cuartito en el último piso. Ahora saben por qué escogí precisamente este día. La puerta principal estará abierta, pues supuestamente uno de ustedes accionó el botón que la abre desde aquí antes de bajar. A continuación, introducirán al señor Cassidy en el Bronco y conducirán por la ruta que yo les indicaré a través del transmisor receptor que les he proporcionado, el cual encenderán apenas entren en el vehículo.
Katz y Jenkins se quedaron quietos, mirándose el uno al otro, hasta que Needles los despertó con un grito, apoyado por la Beretta:
— ¡Muévanse!
Observado desde el umbral del departamento por Needles, el enorme cuerpo de “Beans” Cassidy empezó a ser desplazado con espantosa dificultad por el pasillo del segundo piso, para luego cruzar el lobby hasta la puerta eléctrica, cuyo candado se hallaba efectivamente desactivado. En el lobby, todo estaba siendo captado por una cámara cerca del techo, asimismo una cámara aérea fuera del edificio grabó el momento en que ambos animales salvajes, luego de mirar en todas direcciones, introducían el cadáver en la parte trasera del Bronco, tras lo cual Katz ocupó el volante y Jenkins el asiento del lado derecho. A continuación, encendieron el aparato para escuchar las instrucciones de Needles, quien ya se había instalado en su cuatro de comunicaciones con un mapa de calles previamente preparado.
— ¿Me escuchan?
— Sí, escuchamos.
— No se quiten las máscaras aún. Ahora, seguirán la siguiente ruta. Vayan al norte, seis cuadras más allá está la calle 4, doblarán a la derecha y la dos cuadras más allá nuevamente a la derecha, como regresando aquí. 
Katz arrancó e hizo el extraño recorrido sin atreverse a discutir. Luego Needles los hizo recorrer pequeñas calles oscuras con extrañas vueltas de timón alrededor de seis minutos, siempre dirigiéndose al sur, hasta una calle signada con el número 8. La siguiente instrucción debía marcar el fin del recorrido:  
— Ahora seguirán de frente dos cuadras más hasta llegar a un pasaje que hay entre la calle 6 y la Avenida St. George e irán por allí hasta la Avenida Wisconsin que es una avenida amplia. Una vez que la crucen, continuarán en línea recta hasta la carretera 41. 
Katz volvió a hacer lo que se le indicaba, pero al llegar a la Avenida Wisconsin se encontró con algo inesperado: una especie de marcha de fieles estaba obstruyendo el paso.
— Tenemos un problema. Hay un grupo religioso marchando por la Avenida Wisconsin. ¡No podemos pasar! — exclamó a través del micrófono.
— ¿Qué dices?
— Bajaré a dar un vistazo — dijo Jenkins, saliendo del vehículo a toda prisa. Allí pudo ver bien a los religiosos, con panderetas cantando: “¡Oíd! ¡Oíd lo que manda el Salvador! / ¡Marchad! ¡Marchad, y proclamad mi amor!”, todo lo cual iba aderezado con salmos y la luz de cirios de colores.
Entretanto, Needles, en su departamento, estaba atónito. No podía creer lo que pasaba, hasta parecía mentira.
— ¡Ocupan más de una cuadra! ¡Van demasiado lento! — indicó Jenkins al regresar al asiento del copiloto.
— ¿Qué hacemos? — exclamó Katz en el micrófono, presa del pánico. Habían pasado 33 minutos desde que Horace “Beans” Cassidy se derrumbó sobre la mesita de la sala del departamento 211.
— Escúchenme atentamente. Digan si hay vehículos detrás de ustedes.
— No, no hay ninguno a la vista.
— Apaguen las luces de los faros, retrocedan y regresen a la Avenida St. George.
— ¡Pero es contra el tráfico! ¡El pasaje es muy estrecho!
— ¡Hagan lo que les digo! 
Sin perder tiempo, Katz dio marcha atrás tan rápido como el vehículo lo permitía, casi chocando contra las paredes hasta el inicio de la calle.
— Ahora giren a la derecha por la avenida y recorran cuatro cuadras a toda velocidad hasta llegar a la calle 22.
Katz hizo chillar los neumáticos que sonaron como el alarido de un cerdo.
— Ahora den la vuelta por allí para entrar nuevamente a la Avenida Wisconsin. — ¿Y los religiosos?
— No habrán llegado aún por esa calle. Crucen la avenida, giren a la izquierda y continúen hasta toparse con la carretera 41. ¡Vayan!
Katz hizo vibrar el motor lo más fuerte que pudo hasta llegar a donde se les indicó.
— Estamos al filo de la carretera, Needles. ¿Qué hacemos ahora?
— Allí hay una porción de terreno donde pueden salirse del camino. Métanse hasta los arbustos y oculten el vehículo allí. Saquen a Beans del auto, metan el Bronco entre los árboles y lleven consigo el aparato para recibir nuevas instrucciones.
Así lo hicieron, luego de lo cual ambos hombres recibieron nuevas instrucciones.
— Ahora ya pueden quitarse esas máscaras de animales. Enciendan sus linternas. Unos diez metros más allá hay un pequeño claro. Busquen una roca grande, de color plomizo. Al pie de dicha roca hay una fosa. Si quieren el antídoto, lleven el cuerpo hasta ese lugar.

Habían transcurrido 41 minutos desde que Cassidy se derrumbó sobre el mueble de la sala. Con toda la angustia de saber que el tiempo se les agotaba, ambos buscaron frenéticamente hasta que cinco minutos más tarde Jenkins lanzó la voz de alerta:
— ¡Aquí, Katz!
Sin perder tiempo, levantaron nuevamente el cadáver, llevándolo hasta el lugar hallado donde, efectivamente, se encontraba una fosa, pero era muy pequeña para que entrara el cuerpo de alguien.
— ¡Needles! ¿Cómo se supone que vamos a meter a este grandulón aquí? ¡Pesa 85 kilos! ¿Acaso pretendes que cavemos? ¡No hay tiempo!
— ¿Quién dijo que lo iban a meter de espaldas? 
Katz y Jenkins examinaron otra vez el agujero con las linternas. Era angosto, pero muy profundo. Se miraron incrédulos ante lo macabro de la maniobra que tenían que hacer.
— Estás loco, cojo. ¿Lo sabías? ¡Estás completamente loco!
— Digan lo que quieran, pero procedan si quieren vivir. 
Los dos levantaron el cuerpo de Cassidy, lo pusieron de pie y, con gran esfuerzo, lo metieron al hoyo como quien inserta un tubo de construcción.
— ¡Ya está!
— Ahora, señores, escuchen bien todo lo que sigue antes de hacer cualquier cosa. Empujen esa roca sobre la tumba que deberá quedar completamente cubierta. ¡Aún no hagan nada! Luego de cubrir la tumba, busquen en la parte posterior del lugar donde estaba la roca. Encontrarán una bolsa negra con dos ampollas llenas de un líquido. Una para cada uno. Disfruten el trago, vayan al Bronco y limpien todas sus huellas, en el volante, los asientos, las manijas, la llave de la ignición. Y lo más importante: no olviden deshacerse del aparato. No debe quedar rastros de él. Les sugiero asimismo que se lleven las ampollas en sus bolsillos. Si llegan tarde a sus casas, inventen algo. Una última cosa: no dejen ningún indicio de que estuvieron allí, ya que solamente ustedes pagarán por ello. Ustedes son los únicos en haber sido vistos. Lo único que los salva de todo, por el momento, son las máscaras y mi silencio. Ahora… ¡empiecen!
Katz y Jenkins siguieron las instrucciones como pudieron. Bebieron el antídoto como si nunca hubieran bebido nada en toda su vida. Era amargo, pero eso no importaba. Los dos descansaron en el mismo lugar hasta sentirse mejor.
— Ballroom, vamos a limpiar ese vehículo. 
— Sí, claro. Yo… regresaré a pie a la maldita carretera. Después inventaré lo que sea.
— Iré por otro lado, es mejor que no nos vean juntos.
— ¿Qué hacemos con las máscaras?
Habían dejado sus caras de animales al pie del Bronco, Cassidy se llevó la suya a la tumba. Ambos se dirigieron al vehículo, donde tomaron las máscaras para romperlas con las manos, sin apuros, sin preocuparse en qué hacer después con los pedazos. Estaban vivos, lo demás podía irse al diablo.

lunes, 15 de mayo de 2023

Registro de la obra en INDECOPI




 

Prólogo del libro "Los Misterios de Kelly"


El género literario conocido en el mundo anglosajón como Girl Detective tiene la característica de que, en su mayoría, está dirigido primordialmente al público adolescente. Tradicionalmente, hasta hace pocos años el contenido de dichas obras solía estar limitado por la edad de la protagonista: las más jóvenes, por lo general se encargaban de resolver desapariciones de gente que al final es hallada, o encontrar testamentos perdidos; las más adultas, en cambio, podían llegar a resolver homicidios o estar envueltas en casos de secuestro. En los tiempos actuales, en cambio, han empezado a aparecer personajes muy jóvenes como Flavia de Luce, creada por Alan Bradley, quien con apenas 11 años es una experta en venenos y se halla envuelta en un caso de asesinato en The Sweetness at the Bottom of the Pie (2009), novela ambientada en 1950.  

    Particularmente, yo no catalogaría a Miss Madelyn Mack, personaje creado en 1909 por Hugo Cosgro Weir como representante de este género, ya que el término ha quedado definido en favor de la juventud o extrema juventud de quienes integran esta corriente; por tanto, Phoebe Daring de 16 años, creada por L. Frank Baum, quien aparece en The Daring Twins: A Story for Young Folk (1911), sería la primera de este género literario, seguida por la adolescente de la alta sociedad Violet Strange, creada por Anna Katherine Green, quien protagoniza la colección de cuentos breves The Golden Slipper: And Other Problems for Violet Strange (1915). Como el título lo indica, dicha colección está dividida en “problemas”, en número de nueve, que no son sino ejercicios de deducción, cuatro de ellos con una pequeña frase agregada al título, por ejemplo, el segmento titulado Problem Two: The second bullet – You must see her. Este segmento es también el primero en el que una Girl Detective está envuelta en una investigación de homicidio, aunque ella no se encarga de encontrar al asesino.

          Nancy Drew, ideada en 1930 por Edward Stratemeyer, quien delineó la trama de las tres primeras novelas de la serie para ser llevadas al papel por Mildred Wirt bajo el seudónimo colectivo de Carolyn Keene, tenía originalmente 16 años, era atrevida, conducía un convertible azul y por momentos incluso era áspera. Stratemeyer murió ese mismo año; en 1953 le cambiaron el color de pelo al personaje, en 1959 le elevaron la edad a 18 y finalmente la editorial decidió que las primeras historias sean reescritas, suavizando el carácter de la detective. Por cierto, Nancy Drew fue la única detective juvenil en venir al Perú para resolver un misterio en The Clue in the Crossword Cypher (1961) luego de que una joven limeña, Carla Ponce, la invitara a ir a Sudamérica tras mostrarle una misteriosa placa de madera, en un periplo que las lleva desde el hogar del padre de Carla en Lima, una mansión propia de un hacendado, hasta meterse al Museo Larco Herrera en busca de pistas.

         Así, llegamos a Trixie Belden, aparecida en 1948 por la mano de Julie Campbell Tatham. Esta detective fue la más joven en protagonizar una serie de libros de misterio ya que tenía apenas 13 años en Trixie Belden and the Secret of the Mansion. Esta serie, en un principio claramente dirigida a un público adolescente femenino, se publicó hasta 1986. En un determinado punto de la serie, la autora decidió ampliar sus posibilidades uniéndola a un grupo de chicos llamados “Las codornices de Glen” quienes le eran de ayuda, incluso en sus primeros pasos en el romance. Solamente los seis primeros libros fueron escritos por Campbell, siendo la serie continuada por escritores fantasma bajo el seudónimo colectivo de Kathryn Kenny.

            La detective que protagoniza el presente libro, Kelly Sailor, surgió tras repasar un par de libros y ciertos programas de televisión que me ayudaron a definir, sobre todo, la época en que se ubican sus historias. Decidí que el año 1986 era ideal ya que no había internet, ni celulares accesibles como los de ahora, ni pruebas de ADN completamente desarrolladas, ni laptops, es decir, nada de lo que aparece en las actuales series detectivescas donde los agentes más parecen expertos en informática que otra cosa. En 1986, cuando alguien estaba en la calle y quería hacer una llamada telefónica tenía que buscar una cabina o un teléfono de monedas en algún negocio; cuando alguien quería dejar un mensaje tenía que recurrir al papel. Así, la época obliga a que la joven resuelva las cosas en base a su ingenio. Aunque nunca se dice qué fue de su padre, su padrastro es teniente de homicidios, oficio similar al del padre de Ellery Queen, detective creado por Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee en 1929.

            En cuanto a la edad, decidí promediarla respecto a la mayoría de las integrantes del género. Kelly Sailor tiene 14 años y, a pesar de esta corta edad, resuelve únicamente asesinatos. Asimismo, las historias no son del tipo whodunit (“quién lo hizo”) es decir, en las que no se conoce al asesino hasta que su identidad es revelada tras evaluar una serie de pistas. En las historias que componen este libro, se sabe quién es el culpable desde un principio y en la mayoría de ocasiones también se grafica el crimen. Este tipo de construcción se conoce como howtocatchem (cómo atraparlo o atraparlos). Hay trabajos tempranos de este tipo como The Case of Oskar Brodski (1912) de R. Austin Freeman y otros por autores como Anthony Berkeley Cox y Freeman Wheelis Croft, pero el ejemplo más popular lo tenemos en la serie de televisión Columbo, personaje creado por Richard Levinson y William Link e interpretado por Peter Falk en dos pilotos televisivos lanzados en 1968 y 1971 y a partir de este último año en una serie regular para la cadena NBC hasta 1978, retornando en la cadena ABC en 1989 a través de especiales, siendo el último de ellos emitido en 2003.

           Respecto a los escenarios, casi está de más de decir que en el Perú no se puede crear o ambientar este tipo de historias. No hay escenarios adecuados para textos como el último de este libro donde el título lo dice todo. Por eso pensé en ciudades imaginarias ubicadas en el estado de Florida, USA. Por otro lado, hay que agregar que muchas de las publicaciones del género donde la protagonista es muy joven están tiznadas con coincidencias asombrosas o errores realmente groseros por parte del culpable. Pretender hacer un trabajo fino, laqueado, fiel a un canon, es para otro tipo de libros. En otras palabras, estos cuentos no están dirigidos a los amantes del género detectivesco serio. Estos cuentos son para que los chicos lean algo que los haga pensar más que las historias mediáticas de brujos, romance o vampiros.        

      La intención de escribir estos tres primeros cuentos de una serie de siete que son los que compondrán el universo de Kelly Sailor es mostrar que se puede hacer literatura juvenil con un lenguaje y un enfoque que difiere del resto de ejemplos en la mayoría de rasgos. El desenfado, los discutibles diálogos, los enredos, las referencias a la época de los ochentas son características imposibles de reemplazar en estos textos. En sus historias, tanto en estas como en las que vendrán, el camino de Kelly Sailor seguirá por lo ya trazado, libre de influencias externas o de cualquier otro obstáculo que pretenda cambiar, de cualquier forma, su modo de ser o actuar.

 

— El autor.