martes, 5 de septiembre de 2023

Conozca el final de la historia

 



La historia está completa en Wattpad. 
https://www.wattpad.com/user/PortThomas2020
También en Inkitt, aunque solo en inglés.
https://www.inkitt.com/PortThomas2022

La segunda historia, titulada "Kelly Sailor y las portadas sangrientas", será publicada dentro de poco.

martes, 18 de julio de 2023

Libro "Los misterios de Kelly"

 


Estoy evaluando algunas posibles alternativas, pero antes de hacer algo necesito una buena portada. La que figura arriba está bien para el Wattpad. 

El libro contiene tres historias, las cuales, impresas en Times New Roman 11 con interlineado sencillo, ocuparían 154 páginas. Lo de abajo es un ejemplo de las páginas 55 y 56.


Lo único que faltaría corregir sería la tabulación izquierda, reduciéndola un poco. 

viernes, 7 de julio de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (4)



Kelly Sailor asistía a la escuela Jonathan A. Knox, llamada así por un miembro de una familia benefactora que fundó un antiguo liceo para niñas huérfanas en el año 1889. En un principio se llamaba “Albergue Knox para niñas desamparadas”, hasta que alguien sugirió en algún momento que le cambiaran el nombre por el de uno de los fundadores, de modo que contrataron los servicios de un experto en genealogía y a partir de 1932 se llamó “Escuela Jonathan Aloysius Knox”. Recién en los años cincuenta, cuando el colegio ya era mixto, nuevas investigaciones demostraron que ese Jonathan ni siquiera había nacido en 1889, pero, aunque los administradores demandaron al experto, ya no había nada más que hacer respecto al nombre.
Unos minutos antes de ir a clases en el mencionado colegio, a la hora del desayuno del día jueves, Peter Lloyd se vio sometido al interrogatorio de su hijastra, mientras su esposa se mostraba divertida guardado silencio.
— ¿Qué dice la división de Personas Desaparecidas?
— Antes que nada, prométeme que te vas a tranquilizar. Deja que hagamos nuestro trabajo. Tal vez puedas ocupar tu tiempo mejorando tus calificaciones de… biología…
— Soy la primera en biología.
— O matemáticas…
— Soy la tercera.
— ¿Ves lo que pasa? Si le dieras más tiempo, serías la primera.
Leticia sonrió, pero su hija miró a su padrastro con la seriedad de un tótem. El teniente de policía continuó:
— Los agentes de Personas Desaparecidas volvieron a hablar con la señora Cassidy. Esta vez le preguntaron si les podía dar los nombres de algunas amistades de su esposo, especialmente las que frecuentaba más. La señora dijo que él no solía traer a sus amigos a la casa. Es más, insistió en que Cassidy no dijo a dónde iba o con quién iba a verse el sábado pasado. Algo no les gustó a los agentes de la división, de modo que investigaron un poco más.
— ¿Y qué encontraron?
— No lo vas a creer. Hay un seguro de vida sacado por Cassidy a favor de su esposa por una suma de US $100,000. 
Kelly Sailor se sobresaltó. También Leticia, aunque no tanto.
— Pero dijiste que ambos se odiaban literalmente a muerte. ¿Por qué él iba a sacar un seguro…?
— El seguro tiene tres años; como te dije anteriormente, las peleas empezaron recién hace algunos meses. No se sabe qué desencadenó las riñas, pero las primas todavía están al día.
— ¿Sabes? Se me ocurre que la señora Cassidy sabe perfectamente quiénes son los amigos más cercanos del desaparecido, es decir, los primeros candidatos a ser los enmascarados. 
— Pero, de ser así, lo único que tiene que hacer es hablar; nosotros interrogamos a los sujetos y si confiesan que Cassidy si está muerto encontramos el cuerpo y ella cobrará el seguro.
— No es tan fácil. Un probable panorama es este: la señora está tentada a dar los nombres, de ese modo la policía los interrogará, eventualmente encontrarán a Cassidy muerto y ella podrá reclamar los US$ 100,000. Pero, antes de hablar, probablemente la mujer piense que esos dos supuestos amigos mataron a su esposo y tema que ellos, en venganza por haberlos denunciado y buscando reducir sus condenas por asesinato, mientan afirmando que ella planeó el crimen; después de todo, casualmente ella es la única beneficiada y todos en el barrio saben que odiaba a su marido. Al margen de que lo que diga la justicia, la compañía de seguros podría tardarse un año en pagar la póliza, si es que se la pagan. Ahora, existe una forma en lal que ella se asegura cobrar rápidamente la póliza 
— ¿Cómo sería eso?
— Las cosas serían así: luego del primer interrogatorio, la señora Cassidy niega saber algo acerca de los amigos de su esposo, lo cual efectivamente hizo; luego se comunica con las personas que iban a encontrarse con él, les cuenta lo del seguro y, como la señora supone que ellos lo mataron, les propone ocultar todo lo ocurrido a la policía, a sus familias, amistades, compañeros de trabajo, que guarden silencio hasta que las cosas se enfríen un poco y esperar. Eventualmente, o quién sabe, tal vez a través de una llamada anónima, la policía encuentra el cuerpo pero nunca a los enmascarados, nadie implica a la mujer en nada, ella cobra los US$ 100,000 y les da a los otros dos una parte del dinero. Dime, ¿ya revisaron la lista de llamadas de la señora?
— No hay nada extraño en las llamadas efectuadas, así que si ella llamó a alguien fue desde una cabina pública. Pero a ella sí la llamaron desde otra cabina. No sabemos quién, obviamente.
— Pues esta es la pesadilla de un detective. De nada serviría interrogarla sobre esa llamada porque diría, simplemente, que fue número equivocado. Pero, pensándolo bien, todo esto es simple especulación. Tal vez realmente no conoce bien a las amistades de su esposo. Tal vez esa llamada que dices sí fue número equivocado. Lo único cierto es que a su marido lo odiaba como una mujer honrada odiaría a los asesinos. Porque ya habrás aceptado que el tipo está muerto… ¿verdad?
— Se te hace tarde para la escuela, Kelly — advirtió Leticia.
— Claro, mamá. Me tengo que ir. Adiós, Peter.
En la escuela Knox, la comida de la cafetería consistía en col quemada por el sol, carne magra de aspecto sumamente sospechoso y un puré que desafiaba las leyes de la física sobre la viscosidad, entre otras atrocidades culinarias. Kelly Sailor y sus mejores amigas Leyla y Harriet se vieron obligadas a consumir el espanto que se les ofrecía.
— No exigimos crêppe suzette, pero… ¿cómo es posible que nos den lo mismo que les daban a las alumnas en el siglo XIX? — se lamentó Leyla.
— ¿Has visto la lechuga que me tocó? Parece ser lo que quedó en el tazón de ensalada de la Última Cena — comentó Harriet.
— Dicen que el otro día una niña de sexto grado probó la crema tártara y le dio un ataque cardiaco en los intestinos.
— Mira a Roger y sus amigos, otra vez quitándoles el dinero del almuerzo a los niños de quinto grado.
— ¡Oye tú, mandril con mocasines! ¿Quieres dejar en paz a esos niños de una vez?
— ¿Por qué no te metes en tus asuntos?
— ¿Sabes quién es mi padrastro, estúpido?
Uno de los auxiliares se dio cuenta de todo e intervino a los matoncetes. Roger pasó junto a Kelly cuando lo llevaban a la oficina del director.
— Cuídate, Sailor.
— ¡Uy, sí! ¡Mira cómo tiemblo, baboso!
Leyla le dijo en voz baja:
— Si no fueras la hijastra de un teniente de homicidios no desafiarías así a Roger.
— Es que no sabes cómo odio a esos bullies. Leyla. Son una lacra. Todas las escuelas tienen un par de esos en cada clase.
Ella se quedó pensando un rato, dejó el almuerzo y anunció que tenía que salir al patio a usar el teléfono de paga.
— ¿Qué harás ahora? ¿Llamar a una patrulla?
— Es por otra cosa. Después te cuento.
Por la tarde, la joven recibió una llamada de Tom tratando de explicar por qué no estaba el día anterior en casa, disculpándose con el consabido cuento de que “algo surgió de repente”. Aunque ya sin tantas ganas, Kelly aceptó encontrarse con él al día siguiente en el parque Memories, a unas cuantas cuadras del edificio Stone. Pero esa no fue la última comunicación telefónica que tuvo ese miércoles. Por la noche, sin que la vieran sus padres, tomó el teléfono para comunicarse con otra persona. 
— ¿Estación de policía de Fort Thomas? ¿Está el teniente Anderson, de la división de Robos? De parte de Kelly, Kelly Sailor. Sí, la hijastra del teniente Lloyd. Espero. ¿Aló? ¿Teniente Anderson?
— Habla Anderson. ¿Cómo estás, Kelly?
— Teniente, espero que no esté muy ocupado, pero quisiera preguntarle si le pidió a alguien de Personas Desaparecidas que haga lo que le pedí en la mañana. Como le comenté, no le digo nada a mi padrastro porque, al parecer, no le gusta que me involucre en estas cosas.

— Sí, en la división consideraron tu idea de enviar un par de agentes a la escuela Marshall de la calle Roundtree. Tuvimos suerte, el director recordaba a Cassidy a quien calificó como el típico bully que en algún momento debió expulsar, pero les pidió a los agentes que hablen con el entrenador que estaba en ese momento en el gimnasio para más detalles. Así lo hicieron y él les contó una historia acerca de una broma pesada que le hicieron a Needles en el campo de béisbol. Cassidy, a quien llamaban “Beans”, se jactaba de tener una puntería endemoniada y pensaba demostrárselo al resto de sus compinches. En un juego estaba de lanzador y Needles al bat. Este chico, a quien el entrenador calificó de retraído, nunca fue deportista y no aprendió a pararse bien en el plato. El lanzador miró de reojo a sus amigos y en el primer lanzamiento arrojó un foul ball con tan mala intención que le partió la rodilla al bateador. Lo que sucedió después fue la intervención de los padres. Los de “Beans” demostraron que estos accidentes ocurren hasta en las ligas profesionales, de modo que llegaron todos a un acuerdo económico. Pero el afectado no curó del todo después de la cirugía. El resto del año escolar, los demás empezaron a llamarlo por el apelativo de “cojo”. Cuando le dijimos al entrenador que Cassidy había sido dado por desaparecido, simplemente se limitó a decir: “Ojalá que no lo encuentren”.
— ¿El entrenador o alguien más les hizo una lista de los compinches que tenía Cassidy en la escuela? ¿Averiguaron sus domicilios actuales?
— Tenemos algunos nombres y hemos empezado a preparar ciertas entrevistas.
— ¿Qué nombres tienen?
— Lo lamento, pero no puedo darte esa información. Es parte de la reserva en las investigaciones.
Kelly experimentó un amargor en el paladar comparable al de las aceitunas negras tan apreciadas por Peter Lloyd.
— ¿Habló con el capitán?
— Sí, precisamente eso te iba a comentar. El jefe, en vista de que Needles, aparentemente, mintió al decir que él y Cassidy eran grandes amigos, aceptó que esto podría ser un homicidio, de modo que volvió a asignar a tu padrastro al caso. 
— Gracias, teniente.
La tarde del día siguiente, el hombre del apartamento 211 se sentía muy inquieto. Había demasiadas cosas que se conjugaban para no dejarlo dormir, ciertos factores no sumaban como era debido. Salió a dar un paseo, algo que no era frecuente en él. Tras veinte minutos de caminata, llegó un parque con una glorieta, bancas de imitación de mármol, un pequeño estanque con gansos y vendedores de pop corn, hot dogs y otras cosas calientes.
Pidió una bolsa de pop corn con mantequilla, recorrió unos metros, se sentó a reflexionar en una banca. Cuando se cansó de echarle bocaditos a las palomas se dispuso a regresar a casa, pero al empezar a hacer el camino de vuelta se encontró cara a cara con Kelly Sailor, acompañada por su amigo Tom.
—  Pero… ¿qué demon…?
— ¡Señor Needles! Qué casualidad encontrarlo en este parque. Supongo que vino a dar un paseo aquí tratando de relajarse por lo que le ha ocurrido. No se preocupe, de una forma u otra se hará justicia.
— Yo no estaría tan seguro. He examinado todo lo sucedido, incluyendo lo que hablamos últimamente. Por tanto, en vista de que alguien está en contra mía en ese edificio, he decidido poner el departamento en venta. En otras palabras, mudarme. 
— ¿De veras? Qué lástima, es un bonito edificio. Pero si ya no tiene dinero, ¿cómo hará con los gastos antes de encontrar un comprador?
— Vendí mis equipos de comunicaciones.
— ¿Los que estaban en esa habitación en la que me metí? No me diga que vendió todo eso en tan poco tiempo.
— Hay gente realmente fanática de esas cosas.
— No me diga: recaudó los 1,400 dólares que le robaron.
— Afortunadamente.
— Yo quisiera ser fabricante de algo que me dé mucho dinero — intervino Tom —; estoy seguro que con el tiempo se harán mejores artefactos que reemplazarán a los que tenemos ahora. Y yo quiero ser parte de eso.
— Bueno… ¿dónde piensa mudarse, señor?
— El gobierno tiene ramas en muchos lugares. Algunos se muestran más favorables que Port Thomas. 
— ¿Se muda fuera del estado?
— A decir verdad, estaba pensando en México.
— ¿Bromea usted?
— Claro que no. Es una fuerte posibilidad. 
— Espero que le vaya bien. ¡Ah! Señor Needles, aprovechando que está aquí, quisiera compartir algo con usted. Se trata de un juego de ideas que estaba discutiendo con Tom. Se me ocurrió cuando salí de su edificio el primer día, aunque nunca lo comenté antes con nadie porque me pareció trivial. A usted lo encontraron esposado en el lavabo del baño y me pregunté… ¿Por qué los ladrones tendrían que llevar esposas para entrar a robar a un departamento? Le digo esto porque cuando existe la intención premeditada de inmovilizar a los ocupantes, suelen usar cuerdas o sogas… 
— Tu padrastro lo dijo: eran unos aficionados que no sabían lo que hacían.
— Sí, eso podría explicarlo. Una banda con experiencia en ese rubro no iba a estar llevando esposas a las casas o departamentos una y otra vez, aparte del hecho de que posiblemente haya más de una persona dentro de las habitaciones. Pero mi padre dice que usar esposas ocurre frecuentemente en casos de secuestro, casi nunca en el robo de viviendas; ahora bien, el juego del que le hablo es este: Supongamos que una persona finge un robo en su departamento y quiere que lo encuentren inmovilizado, pero no hay nadie alrededor que lo ayude.
— ¿Qué estás tratando de decir?
— Nada, señor Needles, no se moleste, no estoy hablando en serio, es solo una hipótesis. Ahora bien, la persona en cuestión no podría usar cuerdas porque cuando se ata a una persona, digamos a una silla, siempre la dejan atada con las manos en la espalda, obviamente. El problema es que es imposible atarse uno mismo de esa forma. No se puede. ¿Cuál sería la alternativa más cercana? Estuve jugando a eso con Tom y llegamos a una sola posibilidad.
— ¿Cuál es?
— Usar esposas. No hay otra. A no ser que usted tenga alguna sugerencia.
— No, no la tengo. 
— Lo entiendo, señor. Mmm…no quisiera ser indiscreta, pero… ¿qué le pasó en la pierna?
— Fue un accidente en la escuela… tú sabes, uno se cae, se resbala… incluso hay deportes en los que uno se puede lastimar: atletismo, lucha grecorromana…
— Usted no parece un luchador grecorromano. 
— Solamente son ejemplos, nada más. Ahora, si me disculpas, me tengo que retirar. Saludos a tu padre, Tom.
El hombre se dio la vuelta y dio unos cuantos pasos, solamente para recibir una palabra más de la joven:
— ¿Béisbol?
Needles volvió la vista atrás.
— ¿Qué dijiste?
— Nada, simplemente es otro ejemplo de deporte donde probablemente alguien se puede lastimar; también podría ser básquetbol, vóleibol… Bueno, adiós. ¿Vamos, Tom?
Una vez que vio a Kelly alejarse con su amigo, el hombre empezó a caminar rápidamente en la dirección contraria. No hizo caso de los semáforos, estaba realmente fuera de sí. El recorrido original que le había tomado veinte minutos, esta vez le tomó nueve. Las cosas parecían girar en círculo alrededor de él. Los automóviles tenían la intención de atropellarlo. Los niños le gritaban. Entró al edificio casi derribando la puerta para encontrar a varios propietarios reunidos en el lobby.
— ¡Ron! ¿Por qué tan agitado?
— ¿Agitado? No puedo creer que me pregunten eso. Ayer me enteré que alguien de ustedes colaboró con este robo.
Los demás se miraron, incrédulos, excepto Carter, quien lo miró con desprecio.
— ¿De qué estás hablando, maldito?
— Estoy hablando de que hubo un cuarto hombre que los ayudó. ¡Alguien más que está presente en este momento!
— ¡Tú fuiste quien le abrió la puerta a tu amigo delincuente y si no hubiera colapsado nos habrían vaciado todos los departamentos! ¿Cómo sabemos que tú no lo planeaste todo?
— Piénsalo, Carter. Tú vives en el 401, muy cerca del cuarto del conserje. ¡El único departamento que no hubieran descerrajado hubiera sido el tuyo porque entonces Bill sí hubiera escuchado todo y llamado a la policía!
— ¡Miserable! — gritó el aludido, quien hubo de ser contenido para evitar que golpeara a su interlocutor — ¿Sabes por qué estamos todos aquí? Habíamos reunido una cantidad de dinero para ayudarte a pagar tus deudas bancarias. ¡Mira esto, basura! ¡Ahora trágatelo y atórate, sabandija! — terminó diciendo, arrojándole los billetes a la cara.
La gente se retiró a sus departamentos. Ron Needles cayó de rodillas, gimiendo de desesperación. El recepcionista bajó la cabeza.

(CONTINUARÁ)

miércoles, 14 de junio de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (3)

Luego de las diligencias en el edificio Stone, Lloyd accedió a llevar a su hijastra de nuevo al lugar con la condición de que esta se quedara callada. Ella prometió no decir nada; su intención, en realidad, era tratar de absorber todo lo posible de la situación. Ambos llegaron al edificio alrededor de las 4 de la tarde del domingo. Al ingresar al lobby, sin embargo, había más gente. Aparte de las personas ya citadas para la reunión, se hallaban en el lugar un par de trabajadores instalando lo que parecía ser una mesa de recepción. Los dueños de otros apartamentos mostraban así su preocupación por lo que podría pasar más adelante. Benjamin Carter se lo explicó a Lloyd:

— Teniente, como ve, estamos mejorando la seguridad del edificio. Hoy, por la mañana, los propietarios convocamos a una sesión de urgencia para tomar serias decisiones. Habrá una recepción a cargo de una persona que también hará de vigilante, para lo cual tiraremos estas plantas, y pondremos un monitor aquí donde el encargado podrá ver en vivo tanto lo que pase en la cámara del lobby como en futuras cámaras que pensamos instalar. 

En medio de todo eso estaba de pie un jovencito de unos 16 años, quien, al ver a la pelirroja en una esquina del ambiente, se acercó.

— Hola.

— Hola… 

Kelly estaba vestida con unos jeans de color azul muy claro y una camiseta negra estampada con estrechas lenguas de fuego en el cuello y la base, con el cuerpo cruzado con la frase “I’m the heat” en el pecho y la continuación “… that turns the coal into diamonds” en la espalda. El muchacho, blanco, de cabello negro y alto para su edad, se presentó ante ella con una gran sonrisa.

— Me llamo Tom, mi papá es el presidente de la asociación de propietarios.

— Soy Kelly, mi padrastro es el policía que tiene a cargo este asunto.

Ambos estuvieron conversando unos diez minutos acerca de hazañas escolares hasta que Benjamin Carter intervino.

— Tom, ¿por qué no vas con tu amiga donde mamá para que les sirva un par de sodas? De paso pueden escuchar música…

— ¿Puedo ir, Peter?

— Claro, Kelly. Aquí no hay nada que puedas hacer.

Los adolescentes se dirigieron a la habitación 401. Allí, la señora Carter se hallaba ocupada con Sandy, la hermanita menor de Tom.

— ¡Mamá! Papá nos mandó aquí porque…

— ¿Quién es tu amiga? — preguntó instantáneamente la mujer al ver a la pelirroja.

— Es la hijastra del teniente Lloyd. Se llama Kelly.

— Mucho gusto, señora Carter.

— ¡Tom tiene novia! — se burló la hermanita menor.

— ¡Silencio, Sandy! ¡Sal de aquí! Tomen asiento, chicos. Les traeré un refresco.

La mujer les llevó lo prometido. Luego de agradecerle, Kelly le hizo una sola pregunta:

— Señora Carter, ¿por qué ustedes regresaron del espectáculo al aire libre antes de tiempo?

— Mi papá fue el aguafiestas — interrumpió el muchacho.

— No digas eso, Tom. Cuando estábamos en lo mejor, un grupo de unas sesenta personas con cirios se apareció por la calle Wisconsin para protestar por el “espectáculo del demonio, engendro de Satanás”, lo cual causó que se paralizara la obra. 

— Hay gente a la que no le gusta Jesus Christ Superstar — comentó el muchacho.

— Mi esposo no tolera esas manifestaciones, así que nos llevó de vuelta a casa, pero los demás se quedaron esperando a que la policía los desalojara. Bueno, chicos, ahora los dejo solos.

— ¡Gracias! Tom, ¿qué discos tienes? 

Tom empezó a sacar algunos álbumes de un rack que estaba ubicado debajo del equipo de sonido, música de grupos y solistas que se estaban escuchando mucho a través de las radios y la MTV. “So Red the Rose” de Arcadia. ”Power Windows” del grupo Rush. “The Dream of the Blue Turtles” de Gordon Sumner, más conocido como Sting. También tenía discos sencillos, amén de varios cassettes. 

— ¿Qué escuchas cuando haces la tarea, Kelly?

— Bueno: Starship, Wham, The Cars…

— ¿Dire Straits? ¿Mr. Mister? ¿Thompson Twins?

— Emmm… No — dijo ella, sonriendo —. ¿Qué hay en esos discos sencillos?

— Algunos son de hace dos años. Tú sabes, General Public, OMD. Mi hermano mayor quien está en la Universidad me llevó a ver a los OMD en el Lakeside Center el mes pasado, se presentaron junto con los Thompson Twins. Mira, la próxima vez que vengas te prepararé un cassette con todo eso. También te prestaré un walkman, tengo otro aparte del que yo uso.

— Eres muy bueno conmigo, Tom — respondió la jovencita, dándose cuenta de por dónde iba la cosa —. Ahora, dime: ¿qué hay en esos folders? — preguntó, señalando unas carpetas que estaban reposando en lo alto de una repisa.

— Son las actas de la asociación de propietarios, el secretario tiene las originales pero mi papá tiene copias. Según él, el otro día hubo una tremenda pelea en la reunión, creo que está todo ahí.

— ¡No me digas! ¿Puedo ver?

— Sí, pero que mamá no se dé cuenta.

Tom tomó subrepticiamente el folder superior y se lo enseñó a Kelly, quien lo leyó con mucho interés. 

— Voy a pedirte algo más, Tom. La próxima vez que venga… ¿podrías tener lista una copia de esto?

— ¿Para qué?

— Solo por curiosidad. ¿Lo harías por mí? 

— Sí, claro.

Poco después, la reunión del lobby terminó. Benjamin Carter regresó a la habitación 401 para decirles a los adolescentes que los adultos terminaron de hablar. La pelirroja se despidió de la señora Carter y de su nuevo amigo, no sin antes intercambiar con él números telefónicos.

En el viaje de vuelta, la jovencita se puso a discutir con su padrastro acerca de lo conversado en el lobby.

— ¿Qué fue lo que informaron ustedes?

— Bueno, las imágenes de la cámara aérea de esa cuadra muestran que el Ford Bronco se dirigió al norte, pero desapareció seis cuadras más allá, no hay nada registrado en otras cámaras aéreas de ese sector de la ciudad. No hemos podido hallarlo aún, a pesar de que hemos rastreado toda la zona norte y oeste, haciéndoles de paso una amable visita social a conocidos ladrones de la zona, los cuales negaron saber cualquier cosa del asunto. Respecto a Cassidy, no hay nada en hospitales, hasta el momento tampoco hemos tenido suerte en consultorios particulares. En cuanto a las huellas, encontramos solamente las de Cassidy en las manijas de dos cajones que estaban en la cómoda de la sala, de la cual obtuvieron el dinero, no hay ninguna de los otros dos sujetos.

— Peter, tú y yo sabemos que hay algo muy mal con esa historia. ¿Ladronzuelos aficionados sin agallas para matar a alguien que los puede identificar? Eso ni tú te lo crees. ¿Qué dice la señora Cassidy?

— La esposa no ayudó en nada. Solo nos dijo que su marido salió afirmando que no tardaría, sin decir a dónde iba, por lo cual no pudimos obtener nada que nos ayude. Peor todavía, hablamos con los vecinos y nos dijeron que desde hace algunos meses se han convertido en el peor matrimonio del barrio. Sus peleas de los fines de semana son épicas. Se odian a muerte. Por supuesto, el que sufre es su hijo, un niño de tres años. A pesar de todo, no hay antecedentes de que él haya estado envuelto en actividades ilegales, aunque eso no significa que no haya estado involucrado en ellas anteriormente, simplemente que nunca fue capturado. Al parecer, tampoco consumía drogas.

— Bueno, en tu amplia experiencia, de la cual hablaste ayer delante de todos, dime: ¿Cuántos “ladronzuelos de poca monta”, incapaces de matar un mosquito, has visto conduciendo un Bronco?

    — Te sorprendería saber todo lo que puedes conseguir en el mercado negro. Efectivamente, luego de que Tránsito nos diera las imágenes tomadas frente al edificio, revisamos el número de matrícula del vehículo y verificamos que no está a nombre de Cassidy. Cuando lo encontremos revisaremos el número de motor y comprobaremos a quién le perteneció anteriormente. Como ves, hay una explicación coherente para cada cosa.

Kelly Sailor exhaló una cantidad sorprendente de aire antes de terminar diciendo:

— Claro, Peter. Lo que tú digas. Ahora explícame por qué alguien que va a cometer un robo con allanamiento utiliza un vehículo tan llamativo en lugar de un maldito Nissan.

Lloyd solamente atinó a decir:

— Lamentablemente, Kelly, esto ha quedado, oficialmente, a cargo de las divisiones de Robos y Personas Desaparecidas. No hay cadáver, no hay homicidio. Órdenes superiores, que le dicen.

     Dos días más tarde, Kelly pidió permiso a su madre para ir al edificio a recoger el cassette y el walkman que le prometió su amigo. Sonriente, la mujer le dijo que el varoncito debería venir a buscarla, pero la joven decía que habían quedado en verse allá. Al final, Leticia terminó llevándola, indicándole el autobús que debía tomar para regresar a casa.

Los jóvenes aprovecharon el encuentro para salir un rato. Luego de comer un sandwich en una fuente de soda, haber regresado al edificio y escuchar algo más de música, dieron la cita por terminada, de modo que Kelly se despidió de la señora Carter para luego dirigirse al lobby acompañada por Tom. Para entonces ya tenían en el edificio un recepcionista llamado Dennis quien desactivó el candado eléctrico con el botón que instalaron en su puesto. Ambos jovencitos se empezaron a despedir, aunque como era de suponer, se demoraron mucho al despedirse. La joven finalmente se dirigió a la puerta para ir a tomar el autobús que le había recomendado su madre.

— ¡Ups! Está cerrada — dijo, al tratar de empujarla.

— Un momento, señorita, le abro de nuevo — dijo el recepcionista —.

— Gracias. Dime, Tom, ¿de veras te costó mucho trabajo hacer esta selección? 

— Todo lo que está en el cassette es de lo mejor que tienen los ingleses. Yo pienso así: nosotros ponemos el mainstream, pero los ingleses ponen la música. ¿Te veo pronto?

— Claro, Tom. Te lo devuelvo todo mañana. En serio. Adiós.

Kelly salió finalmente del edificio, llevando consigo el walkman y un sobre con el documento que le había pedido a su amigo el día anterior. Una vez en la calle, se puso los audífonos, accionó el botón respectivo y la música empezó a inundar su cerebro. “I don’t know where to start or where to stop, oh… / My luck’s like a button, I can’t stop pushing it…”. No pasó mucho para que empezara a mover la cabeza sin importarle lo que pensara la gente. “Tenderness... where is the tenderness… where is it?”. Hasta que, casi al llegar a la parada del autobús, su semblante sonriente empezó a desaparecer, al tiempo que su caminar se hacía más lento. Se detuvo, miró hacia atrás, volvió a mirar hacia adelante. Era obvio que había algo que no podía entender.

Al día siguiente, Ron Needles llegó de su oficina gubernamental habiendo pasado por un supermercado donde compró algunas uvas, su fruta predilecta; también algo de salsa de tomate, junto con una lata de café instantáneo. Accionó la puerta del estacionamiento con su control remoto, aparcó su vehículo y se dispuso a ingresar al lobby. Al llegar allí, para sorpresa suya, encontró a Kelly Sailor, quien llevaba un pequeño bolso de mimbre consigo, hablando animadamente con el recepcionista, todo ello reflejándose en el monitor encendido.

— ¿Qué haces aquí, jovencita?

— Vine a devolver un walkman al hijo del señor Carter…

— Tom.

. — Sí, pero Tom no estaba. Sin embargo, antes de irme me quedé a esperarlo a usted para que viera algo aquí que le interesará.

Ron dejó los víveres sobre la recepción, intentando disimilar su ofuscamiento.

— Bien. ¿De qué se trata?

— Antes que nada, ¿está seguro de que nadie, aparte de usted y el conserje, quedaba en el edificio el día sábado?

— Bueno… tal vez alguien en un piso superior se quedó a ver la televisión… no podría decirlo con certeza. ¿A qué viene esto?

— Verá. Ayer Tom me prestó un walkman con un cassette que empezaba con algo del dúo General Public que estuvo de moda hace un par de años, la canción se llama “Tenderness” … ¿la ha escuchado usted?

— Por supuesto, no soy ningún anciano.

— En la letra hay unas líneas que dicen: “mi suerte es como un botón, no me canso de apretarlo…” y eso me hizo retroceder al momento en que salí ayer del edificio con el walkman. Resulta que Tom y yo estábamos junto a la puerta principal para despedirnos, pero como nos demoramos un poco, el recepcionista aquí presente, Dennis, tuvo que apretar el botón para desactivar el candado dos veces…

— ¿Qué hay con eso?

— Como le dije, hoy Tom salió con unos amigos, así que sus padres me hicieron pasar un rato a su departamento. Hablé con el señor Carter…

— ¿De qué hablaron?

  — Le mencioné lo de la puerta principal. Me dijo que este modelo, luego de recibir la señal eléctrica que desactiva el candado, tiene que ser empujada porque de lo contrario en 20 segundos se vuelve a trabar; es una medida de seguridad para evitar que se quede abierta y algún intruso lo aproveche, aunque, por supuesto, de nada sirvió el otro día. Ahora bien, quiero que vea esto. Dennis, ¿podría usted pasar el video desde el momento en que se ve a los hombres cargando el cuerpo?

El recepcionista presionó el botón de rewind, luego el de play y se pudo ver a los dos hombres bajando el cadáver de Cassidy desde lo alto de la escalera. 

— ¿Ve usted? Al llegar a la puerta, simplemente la empujan un poco y logran salir a la calle. Se supone que, antes de bajar, uno de ellos oprimió el botón para que se desactive el candado eléctrico, pero cuente usted los segundos trascurridos. Es cierto que en el video vemos que solo tardaron 16 segundos en llegar desde lo alto de la escalera hacia la puerta principal, pero el tiempo que estuvieron en el pasillo del piso superior es otra cosa. Su apartamento está casi al final del pasillo del segundo piso. Yo misma, al pasar por ahí, me coloqué junto a la habitación 211 y caminé a una velocidad similar a la que se desplazan estos sujetos, incluso un poquito más rápido considerando que al principio deben haber estado con más energía y recién al llegar al lobby ya estaban cansados. Lo que me dejó ese ensayo fue algo muy simple: es imposible que hayan tardado solamente cuatro segundos en recorrer el pasillo del segundo piso con esa carga. Debería haberles tomado, por lo menos, catorce. Para entonces, la puerta principal ya tenía que haberse bloqueado. En lugar de ello, los ladrones simplemente la empujaron y salieron. ¿Sabe qué significa eso?

— ¿Qué significa?

— En el momento indicado, otra persona les volvió a desactivar el candado desde arriba.

El hombre se quedó pensando un poco en el asunto. No podía darse el lujo de mostrar su disgusto delante del recepcionista.

— ¿Y cómo supo ese supuesto cómplice en qué momento volver a desactivar el cerrojo?

— Seguramente estaba viendo a los hombres moverse en el pasillo y notó que no iban a llegar a tiempo. Pero hay otra cosa más respecto a esto. La policía también revisó la cámara aérea que apunta al garaje y ninguna otra persona entró por ahí una hora antes o después del robo. 

— ¿Y eso qué te dice?

— Que la persona que les volvió a abrir la puerta a esos sujetos vive en este edificio.

Ron Needles se rascó un poco la cabeza, pero luego de tomar aire y caminar unos cuantos pasos mirando al techo, atinó a actuar descaradamente:

— ¡Sabía que alguien de aquí me hizo esto! Te diré algo: hay propietarios que piensan que no encajo con sus decisiones, especialmente cierto tipo a quien no quiero mencionar o acusar sin pruebas. En realidad, no sé quién puede odiarme tanto como para arruinarme la vida, pero te prometo una cosa: lo voy a averiguar. Dile eso a tu padrastro, al capitán, a quien sea de la policía. No voy a quedarme con los brazos cruzados, caiga quien caiga.

— Lo entiendo, señor. Cualquiera en su posición haría lo mismo. Lo único que puedo agregar es esto: si alguien de este edificio planificó todo, debe ser uno de los peores planificadores en la historia del crimen. Creo que ya debo despedirme.

Kelly Sailor se dirigió a la salida, pero antes de que el recepcionista desactivara el candado, cuando Needles ya estaba pensando en qué actitud tomar, la joven retrocedió y alzó la voz una vez más:

— ¡Ah, casi lo olvido! Tengo aquí algo que quisiera mostrarle.

Kelly se acercó nuevamente al hombre al tiempo que extraía de su bolso de mimbre una fotocopia de algo que se veía escrito a mano.

— Es una copia del acta de la reunión de la asociación de propietarios que se realizó el día… déjeme ver, el día 18 de enero, es decir, dos semanas antes del robo. 

— ¿Cómo conseguiste eso?

— Eso no importa ahora, señor, lo importante es esto. Aquí dice que uno de los propietarios propuso que se instale un sistema de cámaras de seguridad en los pasillos de todos los pisos del edificio. El acta indica que hubo algunos desacuerdos, discusiones, etc. y la propuesta no se aprobó. Lo curioso es que la persona que más se opuso a que se instalen dichas cámaras, es más, tuvo el voto decisivo para que no se instalen, fue usted. ¿Puede creerlo? Si hubieran estado instaladas el sábado hubieran sido de mucha ayuda, por ejemplo, para ver cómo ingresaron a su departamento y, sobre todo, quién era y de dónde vino el cuarto hombre del que hablamos.

Needles la miró con ganas de evaporarla de inmediato.

— ¿Eso te dice algo más?

— No, señor. Simplemente es algo… curioso. Solo eso. Dennis… ¿podría abrir ahora, por favor?

Kelly Sailor se fue del edificio silbando algo. No se sabe si fue por el silbido o por el atrevimiento, pero lo cierto es que hubo algo de rabia en la forma en que el asesino la miró cuando ella se alejaba.

(CONTINUARÁ)



miércoles, 31 de mayo de 2023

Registro otorgado por INDECOPI


 


El registro del libro de relatos "Los misterios de Kelly" ha sido otorgado el 17 de mayo de 2023 mediante Resolución 1262-2023 /DOA - INDECOPI.

martes, 30 de mayo de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (2)


El teniente de policía Peter Lloyd, acompañado por su hijastra Kelly Sailor, se dirigía rumbo a casa en un auto oficial por las calles de Fort Thomas, Florida. Lloyd estaba encargado del departamento de homicidios de la estación local, donde nadie dudaba del apego de Lloyd a su trabajo, a pesar de no ser tan efectivo como su capitán realmente querría. Kelly vivía con él y con su madre, Leticia. Era sábado y Kelly había ido a la estación con su padrastro para ver cómo eran las cosas por dentro. La pelirroja de 14 años era fanática de las historias de detectives, pero no se decidía entre seguir la carrera de su padre o algo más tranquilo, con menos balas. Por el momento prefería hacer su vida habitual, así como no descuidar sus materias en la escuela, donde la nombraron, de manera simbólica, detective escolar.

            — Peter, antes de llegar a casa… ¿podríamos pasar a comprar dulce de toronja? Hace tiempo que no pruebo el dulce de toronja.

           — Terminaste con una jarra de jugo hace dos semanas. ¿Cómo puede gustarte la toronja, por Dios?

            — No todos los paladares son iguales. Por ejemplo, odio las aceitunas negras que tanto te gustan. Prefiero las verdes rellenas con pimiento.

            — Está bien, si no surge nada, pasaremos por la tienda de la calle Rover.

            Mientras tanto, en el departamento 211, Ron Needles sentía ganas de festejar. Sin embargo, no había tiempo para ello. Limpió todas las huellas de Katz y Jenkins, dejando sin embargo las de Cassidy en la cómoda de la sala. Asimismo, destruyó el mapa de calles, colocó algunas sillas que había llevado a su dormitorio de nuevo en la sala, tiró el ponche en el lavabo, lavó los vasos con el veneno pensando en deshacerse de ellos más tarde junto con el whisky. Luego regresó al dormitorio donde tomó un par de esposas que tenía preparadas, asimismo un pañuelo grueso. Silbando, se dispuso a amordazarse él mismo para luego esposarse en el lavabo del baño cuando escuchó el timbre eléctrico conectado con la puerta principal del edificio. El presidente de la asociación de propietarios, Carter, había regresado antes de tiempo, acompañado por su esposa e hijo.

            — ¡Needles! ¡Abre! ¿Quieres?

        El hombre no podía responder. Se suponía que debían encontrarlo esposado y amordazado. También se suponía que la gente debía regresar 20 minutos más tarde.

       — ¡Needles! — El llamado se escuchó nuevamente, seguido por una pequeña conversación de Carter con su esposa — ¡El vigilante del edificio de enfrente dice haber visto a dos hombres saliendo de aquí, cargando algo! ¡También dice que ya llamó a la policía! Maldición, espero que no haya pasado nada malo. Querida, dame la llave, ¿quieres?

            — La tengo por aquí, en mi bolso. Aquí está.

            — ¡Vamos a subir!

            El asesino escuchó los pasos de Carter subiendo hacia el segundo piso. Apagó los equipos de comunicaciones, escondió los vasos, también la botella, corrió al baño, se amordazó y esposó, justo a tiempo para escuchar el violento toque en la puerta del departamento, con las sirenas policiales en la calle como fondo musical.

            — ¿Estás ahí, Needles? ¿Qué diablos…?

            — ¿Sucede algo malo, señor? — preguntó Bill, el conserje, quien había bajado desde el último piso.

            — Querida, recibe a la policía en la puerta. ¡Bill, trae la llave maestra!

            En el piso del baño, el asesino repasaba mentalmente lo que iba a decir. No tuvo tiempo de pensarlo mucho porque la policía abrió, encontrando al hombre tal como él quería que lo hallaran.

            — Soy el oficial García. ¿Cómo se encuentra? — le preguntaron tras quitarle la mordaza.

            — Bien; por favor, quítenme estas esposas. Tengo una caja de herramientas caseras en la cocina, hay una pinza de presión, también una pequeña sierra.

            — Déjeme probar primero con la llave de las mías ¿Qué fue lo que ocurrió aquí, señor?      

            — Entraron tres hombres, me encañonaron, a uno de ellos lo conocía.

            — ¿Lo conocía usted?

            — Le explicaré todo con más detalle luego de una copa de jerez.

            Carter avisó que iría abajo.

            — ¡Yo iré a ver si hay algo en el video de seguridad del lobby!

            Puesto que la llave del agente policial no pudo abrir las esposas, hubo de usar las herramientas para liberar al hombre, lo cual lograron justo a tiempo para ver a Carter, pálido como nunca, entrar de nuevo diciendo:

            — Acabo de ver las imágenes del lobby. Creo que vamos a tener que llamar a otro tipo de policías.

            En el vehículo policial, el teniente Lloyd recibió una llamada a través de la radio. Kelly escuchó con atención, pues la llamada realmente tenía carácter de suma urgencia.

            — Tenemos un código 29 con posible código 31 sin cuerpo a la vista en los apartamentos Stone, calle Sheldon, número 411, departamento 211, se requiere su presencia.

            — Avisen a Adams y a Hall, tal vez necesitemos un fotógrafo y tomar huellas. 10-4.  Kelly, me temo que vamos a tener hacer una parada en el edificio Stone, a seis cuadras de aquí.

            — Por la radio dijeron robo armado y posible homicidio. ¿Me vas a llevar a verte trabajar?

            — Solo por esta ocasión, no quiero hacer esperar a los oficiales en escena.

            — Adiós, dulce de toronja.

      El edificio Stone, de solo cuatro pisos, se alzaba sobre uno de esos barrios residenciales donde se percibe seguridad al caminar de noche, una sensación empañada tras lo acontecido apenas unos minutos antes. Por fuera, el edificio, de color plomizo casi azulado, se veía bellamente dividido en dos bloques por una estructura horizontal de madera que se elevaba hasta sobrepasar la terraza, tras lo cual se extendía a lo largo de ella. Kelly salió del vehículo mirando hacia todos lados, imaginando estar en una de esas historias de ficción pobladas de gente despiadada, así como de gente con deseos de justicia a toda costa. Al cruzar la puerta eléctrica del 411 de la calle Sheldon, sintió algo que le decía que estaba a punto de ingresar a una nueva fase de su vida, en la cual se sumergiría en terrenos solo comparables a los plasmados en sus libros de bolsillo o a ciertas historias de la pantalla chica que le siempre le parecieron fascinantes.

.           Poco después ya estaban reunidos en el departamento 211 el teniente Lloyd, su hijastra y los dos oficiales que habían acudido primero a la emergencia.

            — Soy el teniente Lloyd, de homicidios. Kelly, por favor, siéntate en ese sillón, ¿quieres? ¿Qué es lo que saben hasta ahora, oficiales?

            — Somos los oficiales Tanner y García, teniente. Fuimos alertados por el señor Benjamin Carter, presidente de la junta de propietarios. Hemos visto una grabación de la cámara de circuito cerrado en la oficina de administración, solo apunta al lobby… nunca vi algo parecido en mi vida. Dos hombres con máscaras de animales llevándose a otro enmascarado, presumiblemente muerto. El señor aquí es la víctima del robo, Ron Needles, lo encontramos esposado en el baño. Dice poder identificar a uno de los asaltantes, un ex compañero de escuela de nombre Horace Cassidy, quien asimismo es el tipo que fue llevado fuera de aquí por sus cómplices. Según el testimonio del vigilante de un edificio cercano, partieron en un auto grande, al parecer un Bronco, rumbo al norte. Hay una cámara aérea en la calle que apunta hacia la puerta y el garaje, pertenece a la ciudad. Avisamos a Tránsito para que revise esas imágenes.

            — ¿Dice que lo encontraron esposado…? — musitó Kelly, con mirada de haber notado algo que le resultaba extraño, a lo cual Lloyd le respondió con una mirada de esas que mandan a guardar silencio.

    — Lamentamos mucho lo ocurrido, señor Needles — continuó Lloyd —. Ahora debemos ponernos a trabajar. Antes que nada, veamos cómo ocurrió todo desde un principio — dijo Lloyd —. ¿Usted dejó pasar al señor Cassidy desactivando el candado eléctrico?

         — Así es. La voz que escuché por el parlante era la de Beans, así apodábamos a Cassidy en la secundaria, la escuela Marshall de la calle Roundtree. Ya me había reunido anteriormente con él, hace algún tiempo, en un bar; tomamos algo, recordando los buenos tiempos. Éramos grandes amigos entonces, no tuve problemas en darle mi dirección. Pensé que solamente quería devolverme la visita. Pero en el momento en que abrí la puerta del apartamento, otros dos tipos más irrumpieron en la sala. Todos tenían máscaras. Nunca imaginé que fuera capaz de hacerme esto… ni que ocurriría esta tragedia.

            — Dígame, respecto a esa cámara de circuito cerrado con grabación de imagen en el lobby... ¿Nadie la estaba monitoreando en vivo?

            — No, teniente, solo se instaló para revisar quién entró o salió del edificio cuando las circunstancias lo ameriten. Es obvio que esta es una de esas circunstancias.

            — ¿No hay cámaras de circuito cerrado en los pasillos?

            — No, señor.           

            — ¿Tienen un vigilante en este edificio?

            — No, solo un conserje, pero vive en un cuarto cerca de la terraza, no escuchó nada. El vigilante más cercano es el que está en el edificio de enfrente, en la acera opuesta.

            — ¿Qué se llevaron?

          — Revisé los cajones de la cómoda y se llevaron 1,400 dólares que eran para pagar ciertas deudas pendientes.

            — ¿Tiene usted un arma?

            — Sí, una Beretta, está en mi dormitorio, pueden revisarla si gustan.

            En ese momento llegaron los dos colaboradores del teniente Lloyd en la división de Homicidios. Adams, quien se encargaba de sacar fotografías, preparó su cámara; Hall se encargaría de las huellas dactilares.

            — ¿A qué se dedica usted, señor Needles?

        — Trabajo para el gobierno en comunicaciones; algunas de mis actividades son reservadas, otras no tanto.

          — ¿Sabe? Me parece extraño que justamente escogieran un día en el que no estaban presentes los propietarios.

            — No es extraño, teniente. Yo hablé demasiado con Cassidy el día que estuvimos en el bar. Para entonces ya habíamos bebido más que suficiente. Le dije que pronto se montaría un espectáculo al aire libre al sur de la ciudad, que la mayoría de las pocas familias que están empezando a poblar este edificio iban a asistir, pero que yo no estaba interesado en esas cosas. Afortunadamente Carter regresó temprano con su familia…. ¡Dios Santo, pudieron haber irrumpido en otros departamentos si no hubiera ocurrido lo que ustedes han visto! Fui muy imprudente. Lo lamento mucho.

          — Usted no podía imaginarse nada en este momento, señor. No se castigue de esa manera.  

            Kelly Sailor se levantó del sillón y empezó a recorrer el lugar hasta llegar a la habitación donde estaban los equipos de comunicaciones. En un determinado momento, mientras el agente Adams tomaba unas fotografías y Hall trataba de recuperar huellas de la cómoda, a Kelly se le ocurrió encender el aparato trasmisor que utilizó el asesino para mandar las instrucciones. El dueño de casa saltó de inmediato.

           — ¡Por favor! Teniente, dígale a la joven que no toque esos equipos, son muy delicados. Algunos son, por decirlo así, únicos en su especie.

            — ¡Kelly, ven aquí de inmediato!

            — Está bien, Peter. Lo lamento, señor Needles.

         Ahora sigamos con esto. Dígame, ¿qué pasó inmediatamente después de que los sujetos irrumpieron en su habitación?

            — Me encañonaron, me llevaron al cuarto de baño, me amordazaron y me esposaron al lavabo. Cerraron la puerta. Escuché que los otros dos discutían, diciendo cosas como “¡Mátalo! ¡Tienes que matarlo!” … algo por el estilo. No podía escuchar bien lo que hacían, pero en determinado momento escuché un ruido fuerte, chasqueante, que debía provenir de la sala, ahora sabemos que fue por la mesita de vidrio destrozada.

— ¿Escuchó algún disparo?

— No, señor, ninguno. Pensé que Beans era un gran amigo. No entiendo qué puede haberle ocurrido.

— Las drogas pueden cambiar a la gente como no se imagina, señor. He visto casos… — empezó a explicar Lloyd.

— Sí, pero, ¿por qué los otros dos se lo llevaron? — interrumpió Kelly Sailor.

— ¿Perdón? — preguntó el dueño de casa.

— Me refiero a que el muerto es precisamente el único de los tres sujetos que podía ser reconocido por la víctima, es decir usted, ya que todos llevaban máscaras. Por tanto, lo lógico es que lo hubieran dejado aquí y desaparecer.

Ron Needles, en lugar de reclamar para que la joven guardara silencio, fingió no escucharla para ensayar algo más con el teniente Lloyd.

— Teniente, debe disculparme por no haber dicho esto antes, pero le confieso que aún estoy en shock. Hay grandes detalles que ahora me vienen a la mente y la verdad es que, justo antes de irse, uno de los tipos, el de la máscara de tigre, entró al baño y me dijo algo así: “No dirás nada o regresaremos por ti. Sabemos dónde vives, te tenemos muy vigilado. Que no se te ocurra decir algo o lo lamentarás.” Ahora que lo veo, creo que con “matar” se referían a mí. Tal vez Beans, en un haz de cordura, quiso detenerlos y hubo un forcejeo; entonces algo malo le ocurrió… no lo sé, es una teoría.

Kelly Sailor, en lugar de quedarse callada, insistió:

— Es que no tiene sentido que un sujeto vaya a robar a la casa de alguien que puede reconocerlo y que sus cómplices, habiendo dicho cosas como “tienes que matarlo”, no hagan nada al respecto; en ese caso tendrían que haber matado o bien al señor Cassidy, o bien a usted, señor Needles. Puesto que usted está vivo, el señor Cassidy necesariamente tiene que estar muerto; pero la pregunta sigue siendo: ¿Por qué se lo llevaron?

Lloyd terminó momentáneamente con ese cambio de ideas preguntando a sus ayudantes si ya habían terminado con las fotografías y las huellas digitales. Habiendo recibido una respuesta positiva, invitó a todos a bajar al lobby, donde intentó calmar a un poco a su hijastra.

— Kelly, si pudieras mantenerte al margen, te lo agradecería. Este es un asunto serio.

La jovencita no dijo nada hasta que todos llegaron a la oficina de administración, ubicada en el primer piso, para que el teniente pudiera ver las imágenes grabadas. Luego de repasarlas, el teniente Lloyd reunió a todos para hacer uso de la palabra.

— Como podemos presumir, es posible que Cassidy haya colapsado en la discusión y no esté muerto realmente, a pesar de que los otros hablaron acerca de la posibilidad de liquidar al señor Needles o al propio Cassidy pues, a decir verdad, ambos eran un problema. De acuerdo a mi experiencia, la actitud de estos tipos no es propia de profesionales. Muchos de estos ladronzuelos solo utilizan sus armas para amedrentar; no son, en el fondo, asesinos, no han traspasado ese umbral que conduce al delito mayor. Cuando se enfrentan con algo cercano a la muerte, no tienen algo preparado, son gente de poca monta. No llevaban bolsas consigo, por tanto, solo buscaban dinero o joyas. Lo más probable es que llevaran a su compañero para que reciba atención; en este momento es la única explicación lógica para que se lo llevaran. Avisaremos a los hospitales para que nos mantengan informados. Adams, Hall, vean si Tránsito ya tiene noticias acerca del vehículo.

— Sí, teniente.

— Señor Needles, usted probablemente podrá solicitar protección a la oficina del gobierno para la que trabaja; sin embargo, dejaremos una patrulla aquí por unos días, aunque lo más probable es que estos sujetos estén escondiéndose en lugar de pensar en regresar. Kelly, vamos a hacer otras preguntas aquí, si puedes esperar en el auto será mejor.

— Claro, Peter. Disculpen, yo a mi padrastro le llamo Peter — dijo Kelly, dirigiéndose a la puerta.

— Espere un momento, señorita. Yo le abriré — dijo Carter, llevando una llave. 

— Pensé que para abrirla desde adentro solo se giraba la perilla.

— No, este tipo de puerta se abre con llave o desde los departamentos con un botón.

Ya con la puerta abierta, la pelirroja se dio el gusto de dirigirse una vez más a Needles:

— ¿Por qué dijo que eran únicos en su especie?

— ¿Qué? — se sorprendió el asesino. Todos voltearon hacia donde estaba ella.

— Los equipos de comunicaciones que tiene en su habitación. Dijo que algunos eran únicos en su especie. Supongo que eso significa que hay algunos que no se venden en ningún lado. ¿Los construye usted?

Ron Needles dudó antes de responder, pero al final, sintiendo la presión de la gente rodeándolo, dijo:

— Bueno, algunos sí, en mi trabajo varios colegas nos caracterizamos por tener esa habilidad.

— Gracias. Eso pensé. Bueno, ahora sí me despido. Adiós.

Kelly Sailor hizo una especie de saludo militar con la mano derecha y salió del edificio. Media hora más tarde, Lloyd, antes de retirarse, quedó en encontrarse al día siguiente con Needles y Carter, junto con el teniente Matthew Anderson de la división de Robos, en el lobby para informar verbalmente acerca de los avances en las investigaciones.

Una vez solo en su habitación, el hombre se sentó en la cama con la botella de jerez al costado, con la intención de acostarse sin comer. Se sirvió una copa, se miró frente al espejo rectangular, alzó el recipiente que contenía el líquido azul y brindó:

— ¡Por mi bocota!

Rió un poco, pero su rostro empezó a transformarse en el de un hombre desesperado hasta que, pocos segundos después, al grito de “¡Mocosa infeliz!”, estrelló la copita contra el velador, para luego echarse de espaldas sobre el colchón con las manos cubriéndole los ojos.


domingo, 21 de mayo de 2023

Kelly Sailor y la frecuencia mortal (1)

 

        — Muy bien, entonces, los que estén a favor de la propuesta…
— ¡No entiendo cómo puede alguien estar a favor de la propuesta!
     — ¡Por favor, Ron! — llamó la atención Benjamin Carter, presidente de la asociación de propietarios del edificio Stone, inaugurado apenas seis meses atrás —. Vamos a votar. Los propietarios que estén a favor, sírvanse expresarlo levantando la mano. Tres, incluyéndome. ¡Los que estén en contra! Cuatro. La propuesta ha sido rechazada…
— ¡Pido una maldita reconsideración! ¿Qué diablos es esto? ¿Se van a dejar convencer por alguien que nunca sale de casa y por ende no le importa nada? — exclamó otro de los asistentes.
— ¡Ya se votó, es todo! — gritó Ron Needles, exasperado — ¡Será para el próximo mes!
— ¡Un poco de calma, señores! Esta sesión se termina. Señor secretario, si pudiera redactar el acta para que todos la firmen…
— ¡Yo no la firmo! — exclamaba otro de los propietarios del edificio, saliendo de la habitación de Carter que servía como sala de conferencias.
Ron Needles fue el último en salir de allí luego de firmar el acta respectiva. Dos semanas más tarde, el hombre esperaba visitas a las nueve de la noche, para lo cual dispuso debidamente las cosas en su departamento. Horace “Beans” Cassidy, Tim Katz y Paul “Ballroom” Jenkins habían recibido una invitación por parte de Ron, ex compañero de escuela, para una reunión por los 10 años de graduación de la secundaria. Él no tuvo problemas en averiguar sus direcciones: los tres vivían muy cerca el uno del otro. Lo curioso es que se les indicó que entraran con una máscara de animal puesta, pues el anfitrión, según la tarjeta, exhibiría algunas fotos de la adolescencia en una pantalla para que después los invitados se quiten las máscaras y les muestren a todos cómo se veían en la actualidad. En el vehículo, un Ford Bronco con transmisión automática, los tres ex compañeros de clase se aproximaban a destino. 
— ¿Puedes creerlo? Lo teníamos como esclavo en esa porquería de secundaria y ahora el cojo nos invita a todos a su departamento. Te diré una cosa: si los tragos no son buenos le meto la cabeza en el inodoro, por los viejos tiempos.
— Yo voy simplemente por curiosidad. Quiero saber qué diablos hizo para conseguirse un departamento a los 27 años en ese vecindario. Me sorprende porque siempre fue un perdedor. Recuerdo que en la elemental todo el mundo quería ser astronauta a pesar de que el Apolo 1 solo sirvió para hacer barbacoa con Grissom y su gente, para que veas que eso a nadie le importó, y él decía que no se subiría a un cohete ni en un millón de años.
— Así es. ¿Te acuerdas cuando en el test de vocación del décimo grado salió como controlador aéreo, pero él anunció que estudiaría química?
— Claro, Beans, pero a ti te salió doble de acción y tú querías ser un maldito proxeneta. Ahora mírate, un sueldo en la fábrica de galletas…
— ¡Jefe de personal! ¡Jefe de personal, que no se te olvide! ¿Por qué crees que estoy en ese puesto? Porque al primero que me contradiga en algo le quiebro la rodilla.
— ¿Así como se la quebraste a Ron? 
Los tres permanecieron en silencio hasta que el semáforo cambió a verde. Katz y Jenkins se miraban como tratando de decidir quién tomaría la palabra.
     — ¡Eso fue un accidente! El director lo dijo, el abogado lo dijo. Los padres de las dos familias estuvieron de acuerdo.
— Miren, cuando entremos nada de decirle “cojo”. No vale la pena, habrá gente allí que no lo tomará bien. 
— Bueno, basta, ya vamos a llegar.
El barrio estaba poblado de edificios relativamente nuevos, en especial la cuadra donde se ubicaba la dirección del anfitrión. Los tres tipos bajaron del Bronco, dejándolo estacionado frente al edificio Stone. Cassidy, con una máscara de león se encargó de tocar el timbre de departamento 211, adelantándose a Jenkins quien iba de zorro, y a Katz quien no quiso ir de gato sino de tigre.


— ¡Needles! ¡Estamos aquí abajo! 
Un leve zumbido indicó que la cerradura se había abierto automáticamente, tras lo cual los invitados empujaron la puerta, disponiéndose a subir los escalones hacia el segundo piso. Al llegar arriba, Cassidy no necesitó tocar para entrar al departamento. La puerta del 211 estaba abierta, dejando ver un decorado de serpentinas y una mesa en el fondo con ponche y otras cosas más. Había música, pero era algo ligera para la ocasión: “Alive and kickin’” de Simple Minds, un tema de moda. Needles estaba de pie frente a dicha mesa. 
— ¡Cojo! — saludó inmediatamente Cassidy al ver que aún no llegaba nadie —. Tú, tan popular como de costumbre.
— Vaya, Needles, tú casi no has cambiado — añadió Katz —. Yo, en cambio, tengo pendiente una cita con el fisioterapeuta. Un mal movimiento tras devolver una pelota de tenis. Pero, por lo que estoy viendo, parece que toda la clase va a estar ocupada en otras cosas esta noche.
— No se adelanten a los hechos — aclaró el anfitrión, cerrando la puerta —, la gente llegará en cualquier momento. Olvídense de ese ponche apestoso, tengo algo guardado para esta reunión. ¿Quieres abrir el cajón superior de ese mueble, Beans?
Cassidy hizo lo que se le pedía, pero no encontró nada.
— ¡Aquí solo hay manteles!
— Perdón, quise decir el cajón inferior.
— ¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí?
Cassidy extrajo una botella de Glenlivet de 12 años que hizo que se le abrieran los ojos. El anfitrión descorchó la botella; a continuación, sirvió un tercio de vaso a cada uno, agregando asimismo algo de soda.
— Qué bonito piso, aunque no veo muchas cosas.
— Están en un cuarto, tuve que sacar casi todo para hacer espacio.
— ¿Y qué hiciste para obtener esto?
— Trabajo para el gobierno como técnico de comunicaciones, hacemos cosas de las que a veces no se nos permite hablar. Aparte de eso, durante un tiempo aposté mi sueldo en partidas de póker. Eso no era bien visto por mis superiores, pero me mantuvieron en el cargo por mi habilidad para manejar equipos. Cuando pude terminar de pagar este departamento dejé de ir a los garitos. En el póker clandestino hay tipos a los que no les importa dónde trabajas si tienes demasiada suerte. 
— ¿Cuánto fue lo que ganaste?
— Seis cifras.
— ¿Es una broma?
— No. Por lo demás, si no tienes familia, casi no tienes gastos. Aparte de eso obtuve un préstamo.
— ¿Para qué?
— Para mi afición preferida. Acompáñenme a la siguiente habitación para que la vean.
En un cuarto al lado del dormitorio, el hombre tenía equipos de comunicaciones bastante sofisticados. Había un transmisor receptor multifrecuencia con indicador LED, receptores digitales de onda corta, audífonos direccionales supresores de ruido y por supuesto, una Dell Turbo que encendió para mostrar una interesante base de datos, entre otras cosas que serían el sueño de un aficionado al espionaje.
— Esto te debe haber costado un ojo de la cara. ¿Puedes captar las transmisiones de la policía? — preguntó Katz.
— Te aseguro que no necesitaremos a la policía esta noche. ¿Otro whisky? Las chicas ya deben estar llegando… o, mejor dicho, las señoras.
— ¡Con hielo! Oye, Ballroom, mira todo esto. 
Mientras Ron preparaba los tragos en la sala, los tres compinches empezaron a hablar.
— Está tan loco como en la secundaria. Quién sabe qué diablos hará en secreto con todo esto. Tal vez ya sabe mucho acerca de nosotros. ¿Tú qué opinas, Ballroom?
— Yo no tengo nada que ocultar. Pero tú, Beans… ¿cuánto más vas a “prestarte” de la caja de la empresa? Y ese Bronco… ¿crees que sepa de dónde lo sacaste y que la licencia no está a tu nombre?
— ¡Ni siquiera mi mujer sabe eso! ¿Tú qué crees?
— Creo que estos tipos del gobierno saben todo. Incluso lo de tu cuenta bancaria. Yo que tú, me largaría de aquí de inmediato.
— ¡Ya basta, hombre! — intervino Katz — Vengan, vamos afuera.
De regreso en la sala, tres whiskies más esperaban a los invitados, más una copa llena de un licor azul para el anfitrión, quien, por cierto, había apagado el equipo de sonido.
— ¿A quiénes más invitaste, cojo? — preguntó Cassidy, llevándose el vaso a los labios.
— A Sandy, Wilma, Lyla… dos de ellas son casadas, pueden traer a sus malditos esposos si quieren.
— Tú sí que has revisado todo… ¿Les has visto las caras?
— Por supuesto, aunque eso solamente lo puedo hacer desde la oficina. Sandy se ve bien para tener 27, pero Wilma tiene los pómulos de un cachalote.
— ¡Pero si ya era un cetáceo a los 17! Ahora lo dices, pero allá nunca te atreviste, ¿sí o no?
— No, pero tú nunca te callaste nada… ¿verdad, Beans? Sé todo lo que hablaste de Geraldine Till a sus espaldas después de que ella declaró en tu contra respecto al accidente.
— Eso es porque fue un accidente, cojo. Quedamos en eso. ¿Y qué es esa cosa azul que tienes en la copa?
— Es… un licor europeo. Usualmente pruebo este tipo de licor en ocasiones como esta.
— ¿Qué es eso, jerez? ¡Déjame probar, hombre!
Cassidy levantó la copita que Ron Needles tenía delante, pero cuando estuvo a punto de llevársela a los labios, el anfitrión le dijo:
— Claro, Beans. ¿Por qué no la pruebas?
Lo dijo con una expresión aterradoramente seca. Su semblante había cambiado bruscamente de sonrisa ausente a mueca de suficiencia. Cassidy se detuvo, devolvió la copita a su lugar y dijo:
— No estarás pensando en envenenarme… ¿o sí, cojo?
Unos segundos de contemplación mutua dieron paso a una risa abierta de los tres invitados, la cual Needles acompañó con su propia tonalidad de risa, algo más leve, nada escandalosa. Una vez terminada esa reacción, el anfitrión tomó la copa del líquido azul, la engulló por completo y dijo: 
— Claro que no estoy pensando en envenenarte, Beans. Ya lo hice.
Cassidy lo miró con rostro de no saber cómo reaccionar, más aún cuando el anfitrión tenía una expresión demasiado dura para ser fingida. El invitado se levantó de inmediato, pero se dobló casi instantáneamente aquejado por un agudo dolor en el vientre, el cual se extendió rápidamente al pecho. Los otros dos invitados se levantaron igualmente para tratar de ayudarlo, pero Cassidy se derrumbó sobre la mesita de sala hecha de vidrio, aplastándola con todo el peso de sus 85 kilos. Katz y Jenkins se miraron el uno al otro por un momento hasta que Needles tomó la palabra para calmarlos.
— Tranquilos, caballeros, ustedes recibieron una dosis más pequeña en sus respectivos whiskies, suficientes para que las primeras molestias aparezcan luego de una hora, pero eso sí, luego de eso el daño será irreversible. Es decir, si no toman primero el antídoto.

— ¡Nos darás el antídoto ahora! — gritó Jenkins, avanzando hacia Ron, quien lo detuvo apuntándole con una Beretta de 9 mm al rostro.
— Mejor siéntate, Ballroom. El tiempo es oro. Además, el antídoto no está aquí.
— ¿Dónde está?
— Antes que nada, tomen asiento, señores.
Los dos, aunque lentamente, obedecieron, sabiendo que era su única oportunidad. Ron se sirvió un poco más del licor azul y continuó:
— A estas alturas ya se habrán dado cuenta que nadie más va a asistir a esta pequeña fiesta. Hace tiempo que vengo vigilando a Beans. También a ustedes. Por lo visto, siguen siendo tan inseparables como en la secundaria, los tres bribones atados como si tuvieran cadenas. Dado que él era quien comandaba su grupito de matones, yo sabía que él insistiría en traerlos… Supongo que vino en el Bronco que adquirió en el mercado negro. Sí, también sé todo eso. Pero vayamos a lo del antídoto. Está en un lugar oculto en una salida de la carretera 41, cubierto con una abundante vegetación. Hace algunos días excavé en ese mismo lugar un hoyo para el señor Cassidy. Si quieren vivir, caballeros, harán exactamente lo que les indico. 
Ron Needles, apuntando con el arma a ambos, introdujo la mano detrás de uno de los cojines y extrajo de allí un pequeño aparato, asimismo un par de pequeñas linternas a pilas.
— Este es un transmisor receptor compacto que yo mismo construí. Responde y transmite en una sola frecuencia, fuera de las que usan los walkie talkies que podrían cruzarse con la señal. Con esto me aseguro de que mi voz o la suya no puedan ser interceptadas ni escuchadas por nadie. Lo que van a hacer es esto. Pónganse estas linternas en los bolsillos procurando que no se les noten. Acomódense bien esas máscaras de tigre y zorro, tomen el aparato y métanlo entre las ropas del señor Cassidy. 
Los dos hicieron lo que se les indicó. La combinación de las máscaras de animales y la angustia que los cubría por completo les daban un aspecto cruelmente cómico.
— Ahora tomarán al señor Cassidy entre los dos y lo bajarán por las escaleras lo más rápido que puedan hasta la puerta principal. No se preocupen por ser vistos, este es un edificio nuevo y los otros seis propietarios se fueron con sus familiares a ver un espectáculo al aire libre. Aparte de un servidor, solo está un conserje que tiene un cuartito en el último piso. Ahora saben por qué escogí precisamente este día. La puerta principal estará abierta, pues supuestamente uno de ustedes accionó el botón que la abre desde aquí antes de bajar. A continuación, introducirán al señor Cassidy en el Bronco y conducirán por la ruta que yo les indicaré a través del transmisor receptor que les he proporcionado, el cual encenderán apenas entren en el vehículo.
Katz y Jenkins se quedaron quietos, mirándose el uno al otro, hasta que Needles los despertó con un grito, apoyado por la Beretta:
— ¡Muévanse!
Observado desde el umbral del departamento por Needles, el enorme cuerpo de “Beans” Cassidy empezó a ser desplazado con espantosa dificultad por el pasillo del segundo piso, para luego cruzar el lobby hasta la puerta eléctrica, cuyo candado se hallaba efectivamente desactivado. En el lobby, todo estaba siendo captado por una cámara cerca del techo, asimismo una cámara aérea fuera del edificio grabó el momento en que ambos animales salvajes, luego de mirar en todas direcciones, introducían el cadáver en la parte trasera del Bronco, tras lo cual Katz ocupó el volante y Jenkins el asiento del lado derecho. A continuación, encendieron el aparato para escuchar las instrucciones de Needles, quien ya se había instalado en su cuatro de comunicaciones con un mapa de calles previamente preparado.
— ¿Me escuchan?
— Sí, escuchamos.
— No se quiten las máscaras aún. Ahora, seguirán la siguiente ruta. Vayan al norte, seis cuadras más allá está la calle 4, doblarán a la derecha y la dos cuadras más allá nuevamente a la derecha, como regresando aquí. 
Katz arrancó e hizo el extraño recorrido sin atreverse a discutir. Luego Needles los hizo recorrer pequeñas calles oscuras con extrañas vueltas de timón alrededor de seis minutos, siempre dirigiéndose al sur, hasta una calle signada con el número 8. La siguiente instrucción debía marcar el fin del recorrido:  
— Ahora seguirán de frente dos cuadras más hasta llegar a un pasaje que hay entre la calle 6 y la Avenida St. George e irán por allí hasta la Avenida Wisconsin que es una avenida amplia. Una vez que la crucen, continuarán en línea recta hasta la carretera 41. 
Katz volvió a hacer lo que se le indicaba, pero al llegar a la Avenida Wisconsin se encontró con algo inesperado: una especie de marcha de fieles estaba obstruyendo el paso.
— Tenemos un problema. Hay un grupo religioso marchando por la Avenida Wisconsin. ¡No podemos pasar! — exclamó a través del micrófono.
— ¿Qué dices?
— Bajaré a dar un vistazo — dijo Jenkins, saliendo del vehículo a toda prisa. Allí pudo ver bien a los religiosos, con panderetas cantando: “¡Oíd! ¡Oíd lo que manda el Salvador! / ¡Marchad! ¡Marchad, y proclamad mi amor!”, todo lo cual iba aderezado con salmos y la luz de cirios de colores.
Entretanto, Needles, en su departamento, estaba atónito. No podía creer lo que pasaba, hasta parecía mentira.
— ¡Ocupan más de una cuadra! ¡Van demasiado lento! — indicó Jenkins al regresar al asiento del copiloto.
— ¿Qué hacemos? — exclamó Katz en el micrófono, presa del pánico. Habían pasado 33 minutos desde que Horace “Beans” Cassidy se derrumbó sobre la mesita de la sala del departamento 211.
— Escúchenme atentamente. Digan si hay vehículos detrás de ustedes.
— No, no hay ninguno a la vista.
— Apaguen las luces de los faros, retrocedan y regresen a la Avenida St. George.
— ¡Pero es contra el tráfico! ¡El pasaje es muy estrecho!
— ¡Hagan lo que les digo! 
Sin perder tiempo, Katz dio marcha atrás tan rápido como el vehículo lo permitía, casi chocando contra las paredes hasta el inicio de la calle.
— Ahora giren a la derecha por la avenida y recorran cuatro cuadras a toda velocidad hasta llegar a la calle 22.
Katz hizo chillar los neumáticos que sonaron como el alarido de un cerdo.
— Ahora den la vuelta por allí para entrar nuevamente a la Avenida Wisconsin. — ¿Y los religiosos?
— No habrán llegado aún por esa calle. Crucen la avenida, giren a la izquierda y continúen hasta toparse con la carretera 41. ¡Vayan!
Katz hizo vibrar el motor lo más fuerte que pudo hasta llegar a donde se les indicó.
— Estamos al filo de la carretera, Needles. ¿Qué hacemos ahora?
— Allí hay una porción de terreno donde pueden salirse del camino. Métanse hasta los arbustos y oculten el vehículo allí. Saquen a Beans del auto, metan el Bronco entre los árboles y lleven consigo el aparato para recibir nuevas instrucciones.
Así lo hicieron, luego de lo cual ambos hombres recibieron nuevas instrucciones.
— Ahora ya pueden quitarse esas máscaras de animales. Enciendan sus linternas. Unos diez metros más allá hay un pequeño claro. Busquen una roca grande, de color plomizo. Al pie de dicha roca hay una fosa. Si quieren el antídoto, lleven el cuerpo hasta ese lugar.

Habían transcurrido 41 minutos desde que Cassidy se derrumbó sobre el mueble de la sala. Con toda la angustia de saber que el tiempo se les agotaba, ambos buscaron frenéticamente hasta que cinco minutos más tarde Jenkins lanzó la voz de alerta:
— ¡Aquí, Katz!
Sin perder tiempo, levantaron nuevamente el cadáver, llevándolo hasta el lugar hallado donde, efectivamente, se encontraba una fosa, pero era muy pequeña para que entrara el cuerpo de alguien.
— ¡Needles! ¿Cómo se supone que vamos a meter a este grandulón aquí? ¡Pesa 85 kilos! ¿Acaso pretendes que cavemos? ¡No hay tiempo!
— ¿Quién dijo que lo iban a meter de espaldas? 
Katz y Jenkins examinaron otra vez el agujero con las linternas. Era angosto, pero muy profundo. Se miraron incrédulos ante lo macabro de la maniobra que tenían que hacer.
— Estás loco, cojo. ¿Lo sabías? ¡Estás completamente loco!
— Digan lo que quieran, pero procedan si quieren vivir. 
Los dos levantaron el cuerpo de Cassidy, lo pusieron de pie y, con gran esfuerzo, lo metieron al hoyo como quien inserta un tubo de construcción.
— ¡Ya está!
— Ahora, señores, escuchen bien todo lo que sigue antes de hacer cualquier cosa. Empujen esa roca sobre la tumba que deberá quedar completamente cubierta. ¡Aún no hagan nada! Luego de cubrir la tumba, busquen en la parte posterior del lugar donde estaba la roca. Encontrarán una bolsa negra con dos ampollas llenas de un líquido. Una para cada uno. Disfruten el trago, vayan al Bronco y limpien todas sus huellas, en el volante, los asientos, las manijas, la llave de la ignición. Y lo más importante: no olviden deshacerse del aparato. No debe quedar rastros de él. Les sugiero asimismo que se lleven las ampollas en sus bolsillos. Si llegan tarde a sus casas, inventen algo. Una última cosa: no dejen ningún indicio de que estuvieron allí, ya que solamente ustedes pagarán por ello. Ustedes son los únicos en haber sido vistos. Lo único que los salva de todo, por el momento, son las máscaras y mi silencio. Ahora… ¡empiecen!
Katz y Jenkins siguieron las instrucciones como pudieron. Bebieron el antídoto como si nunca hubieran bebido nada en toda su vida. Era amargo, pero eso no importaba. Los dos descansaron en el mismo lugar hasta sentirse mejor.
— Ballroom, vamos a limpiar ese vehículo. 
— Sí, claro. Yo… regresaré a pie a la maldita carretera. Después inventaré lo que sea.
— Iré por otro lado, es mejor que no nos vean juntos.
— ¿Qué hacemos con las máscaras?
Habían dejado sus caras de animales al pie del Bronco, Cassidy se llevó la suya a la tumba. Ambos se dirigieron al vehículo, donde tomaron las máscaras para romperlas con las manos, sin apuros, sin preocuparse en qué hacer después con los pedazos. Estaban vivos, lo demás podía irse al diablo.