Kelly Sailor asistía a la escuela Jonathan A. Knox, llamada así por un miembro de una familia benefactora que fundó un antiguo liceo para niñas huérfanas en el año 1889. En un principio se llamaba “Albergue Knox para niñas desamparadas”, hasta que alguien sugirió en algún momento que le cambiaran el nombre por el de uno de los fundadores, de modo que contrataron los servicios de un experto en genealogía y a partir de 1932 se llamó “Escuela Jonathan Aloysius Knox”. Recién en los años cincuenta, cuando el colegio ya era mixto, nuevas investigaciones demostraron que ese Jonathan ni siquiera había nacido en 1889, pero, aunque los administradores demandaron al experto, ya no había nada más que hacer respecto al nombre.
Unos minutos antes de ir a clases en el mencionado colegio, a la hora del desayuno del día jueves, Peter Lloyd se vio sometido al interrogatorio de su hijastra, mientras su esposa se mostraba divertida guardado silencio.
— ¿Qué dice la división de Personas Desaparecidas?
— Antes que nada, prométeme que te vas a tranquilizar. Deja que hagamos nuestro trabajo. Tal vez puedas ocupar tu tiempo mejorando tus calificaciones de… biología…
— Soy la primera en biología.
— O matemáticas…
— Soy la tercera.
— ¿Ves lo que pasa? Si le dieras más tiempo, serías la primera.
Leticia sonrió, pero su hija miró a su padrastro con la seriedad de un tótem. El teniente de policía continuó:
— Los agentes de Personas Desaparecidas volvieron a hablar con la señora Cassidy. Esta vez le preguntaron si les podía dar los nombres de algunas amistades de su esposo, especialmente las que frecuentaba más. La señora dijo que él no solía traer a sus amigos a la casa. Es más, insistió en que Cassidy no dijo a dónde iba o con quién iba a verse el sábado pasado. Algo no les gustó a los agentes de la división, de modo que investigaron un poco más.
— ¿Y qué encontraron?
— No lo vas a creer. Hay un seguro de vida sacado por Cassidy a favor de su esposa por una suma de US $100,000.
Kelly Sailor se sobresaltó. También Leticia, aunque no tanto.
— Pero dijiste que ambos se odiaban literalmente a muerte. ¿Por qué él iba a sacar un seguro…?
— El seguro tiene tres años; como te dije anteriormente, las peleas empezaron recién hace algunos meses. No se sabe qué desencadenó las riñas, pero las primas todavía están al día.
— ¿Sabes? Se me ocurre que la señora Cassidy sabe perfectamente quiénes son los amigos más cercanos del desaparecido, es decir, los primeros candidatos a ser los enmascarados.
— Pero, de ser así, lo único que tiene que hacer es hablar; nosotros interrogamos a los sujetos y si confiesan que Cassidy si está muerto encontramos el cuerpo y ella cobrará el seguro.
— No es tan fácil. Un probable panorama es este: la señora está tentada a dar los nombres, de ese modo la policía los interrogará, eventualmente encontrarán a Cassidy muerto y ella podrá reclamar los US$ 100,000. Pero, antes de hablar, probablemente la mujer piense que esos dos supuestos amigos mataron a su esposo y tema que ellos, en venganza por haberlos denunciado y buscando reducir sus condenas por asesinato, mientan afirmando que ella planeó el crimen; después de todo, casualmente ella es la única beneficiada y todos en el barrio saben que odiaba a su marido. Al margen de que lo que diga la justicia, la compañía de seguros podría tardarse un año en pagar la póliza, si es que se la pagan. Ahora, existe una forma en lal que ella se asegura cobrar rápidamente la póliza
— ¿Cómo sería eso?
— Las cosas serían así: luego del primer interrogatorio, la señora Cassidy niega saber algo acerca de los amigos de su esposo, lo cual efectivamente hizo; luego se comunica con las personas que iban a encontrarse con él, les cuenta lo del seguro y, como la señora supone que ellos lo mataron, les propone ocultar todo lo ocurrido a la policía, a sus familias, amistades, compañeros de trabajo, que guarden silencio hasta que las cosas se enfríen un poco y esperar. Eventualmente, o quién sabe, tal vez a través de una llamada anónima, la policía encuentra el cuerpo pero nunca a los enmascarados, nadie implica a la mujer en nada, ella cobra los US$ 100,000 y les da a los otros dos una parte del dinero. Dime, ¿ya revisaron la lista de llamadas de la señora?
— No hay nada extraño en las llamadas efectuadas, así que si ella llamó a alguien fue desde una cabina pública. Pero a ella sí la llamaron desde otra cabina. No sabemos quién, obviamente.
— Pues esta es la pesadilla de un detective. De nada serviría interrogarla sobre esa llamada porque diría, simplemente, que fue número equivocado. Pero, pensándolo bien, todo esto es simple especulación. Tal vez realmente no conoce bien a las amistades de su esposo. Tal vez esa llamada que dices sí fue número equivocado. Lo único cierto es que a su marido lo odiaba como una mujer honrada odiaría a los asesinos. Porque ya habrás aceptado que el tipo está muerto… ¿verdad?
— Se te hace tarde para la escuela, Kelly — advirtió Leticia.
— Claro, mamá. Me tengo que ir. Adiós, Peter.
En la escuela Knox, la comida de la cafetería consistía en col quemada por el sol, carne magra de aspecto sumamente sospechoso y un puré que desafiaba las leyes de la física sobre la viscosidad, entre otras atrocidades culinarias. Kelly Sailor y sus mejores amigas Leyla y Harriet se vieron obligadas a consumir el espanto que se les ofrecía.
— No exigimos crêppe suzette, pero… ¿cómo es posible que nos den lo mismo que les daban a las alumnas en el siglo XIX? — se lamentó Leyla.
— ¿Has visto la lechuga que me tocó? Parece ser lo que quedó en el tazón de ensalada de la Última Cena — comentó Harriet.
— Dicen que el otro día una niña de sexto grado probó la crema tártara y le dio un ataque cardiaco en los intestinos.
— Mira a Roger y sus amigos, otra vez quitándoles el dinero del almuerzo a los niños de quinto grado.
— ¡Oye tú, mandril con mocasines! ¿Quieres dejar en paz a esos niños de una vez?
— ¿Por qué no te metes en tus asuntos?
— ¿Sabes quién es mi padrastro, estúpido?
Uno de los auxiliares se dio cuenta de todo e intervino a los matoncetes. Roger pasó junto a Kelly cuando lo llevaban a la oficina del director.
— Cuídate, Sailor.
— ¡Uy, sí! ¡Mira cómo tiemblo, baboso!
Leyla le dijo en voz baja:
— Si no fueras la hijastra de un teniente de homicidios no desafiarías así a Roger.
— Es que no sabes cómo odio a esos bullies. Leyla. Son una lacra. Todas las escuelas tienen un par de esos en cada clase.
Ella se quedó pensando un rato, dejó el almuerzo y anunció que tenía que salir al patio a usar el teléfono de paga.
— ¿Qué harás ahora? ¿Llamar a una patrulla?
— Es por otra cosa. Después te cuento.
Por la tarde, la joven recibió una llamada de Tom tratando de explicar por qué no estaba el día anterior en casa, disculpándose con el consabido cuento de que “algo surgió de repente”. Aunque ya sin tantas ganas, Kelly aceptó encontrarse con él al día siguiente en el parque Memories, a unas cuantas cuadras del edificio Stone. Pero esa no fue la última comunicación telefónica que tuvo ese miércoles. Por la noche, sin que la vieran sus padres, tomó el teléfono para comunicarse con otra persona.
— ¿Estación de policía de Fort Thomas? ¿Está el teniente Anderson, de la división de Robos? De parte de Kelly, Kelly Sailor. Sí, la hijastra del teniente Lloyd. Espero. ¿Aló? ¿Teniente Anderson?
— Habla Anderson. ¿Cómo estás, Kelly?
— Teniente, espero que no esté muy ocupado, pero quisiera preguntarle si le pidió a alguien de Personas Desaparecidas que haga lo que le pedí en la mañana. Como le comenté, no le digo nada a mi padrastro porque, al parecer, no le gusta que me involucre en estas cosas.
— Sí, en la división consideraron tu idea de enviar un par de agentes a la escuela Marshall de la calle Roundtree. Tuvimos suerte, el director recordaba a Cassidy a quien calificó como el típico bully que en algún momento debió expulsar, pero les pidió a los agentes que hablen con el entrenador que estaba en ese momento en el gimnasio para más detalles. Así lo hicieron y él les contó una historia acerca de una broma pesada que le hicieron a Needles en el campo de béisbol. Cassidy, a quien llamaban “Beans”, se jactaba de tener una puntería endemoniada y pensaba demostrárselo al resto de sus compinches. En un juego estaba de lanzador y Needles al bat. Este chico, a quien el entrenador calificó de retraído, nunca fue deportista y no aprendió a pararse bien en el plato. El lanzador miró de reojo a sus amigos y en el primer lanzamiento arrojó un foul ball con tan mala intención que le partió la rodilla al bateador. Lo que sucedió después fue la intervención de los padres. Los de “Beans” demostraron que estos accidentes ocurren hasta en las ligas profesionales, de modo que llegaron todos a un acuerdo económico. Pero el afectado no curó del todo después de la cirugía. El resto del año escolar, los demás empezaron a llamarlo por el apelativo de “cojo”. Cuando le dijimos al entrenador que Cassidy había sido dado por desaparecido, simplemente se limitó a decir: “Ojalá que no lo encuentren”.
— ¿El entrenador o alguien más les hizo una lista de los compinches que tenía Cassidy en la escuela? ¿Averiguaron sus domicilios actuales?
— Tenemos algunos nombres y hemos empezado a preparar ciertas entrevistas.
— ¿Qué nombres tienen?
— Lo lamento, pero no puedo darte esa información. Es parte de la reserva en las investigaciones.
Kelly experimentó un amargor en el paladar comparable al de las aceitunas negras tan apreciadas por Peter Lloyd.
— ¿Habló con el capitán?
— Sí, precisamente eso te iba a comentar. El jefe, en vista de que Needles, aparentemente, mintió al decir que él y Cassidy eran grandes amigos, aceptó que esto podría ser un homicidio, de modo que volvió a asignar a tu padrastro al caso.
— Gracias, teniente.
La tarde del día siguiente, el hombre del apartamento 211 se sentía muy inquieto. Había demasiadas cosas que se conjugaban para no dejarlo dormir, ciertos factores no sumaban como era debido. Salió a dar un paseo, algo que no era frecuente en él. Tras veinte minutos de caminata, llegó un parque con una glorieta, bancas de imitación de mármol, un pequeño estanque con gansos y vendedores de pop corn, hot dogs y otras cosas calientes.
Pidió una bolsa de pop corn con mantequilla, recorrió unos metros, se sentó a reflexionar en una banca. Cuando se cansó de echarle bocaditos a las palomas se dispuso a regresar a casa, pero al empezar a hacer el camino de vuelta se encontró cara a cara con Kelly Sailor, acompañada por su amigo Tom.
— Pero… ¿qué demon…?
— ¡Señor Needles! Qué casualidad encontrarlo en este parque. Supongo que vino a dar un paseo aquí tratando de relajarse por lo que le ha ocurrido. No se preocupe, de una forma u otra se hará justicia.
— Yo no estaría tan seguro. He examinado todo lo sucedido, incluyendo lo que hablamos últimamente. Por tanto, en vista de que alguien está en contra mía en ese edificio, he decidido poner el departamento en venta. En otras palabras, mudarme.
— ¿De veras? Qué lástima, es un bonito edificio. Pero si ya no tiene dinero, ¿cómo hará con los gastos antes de encontrar un comprador?
— Vendí mis equipos de comunicaciones.
— ¿Los que estaban en esa habitación en la que me metí? No me diga que vendió todo eso en tan poco tiempo.
— Hay gente realmente fanática de esas cosas.
— No me diga: recaudó los 1,400 dólares que le robaron.
— Afortunadamente.
— Yo quisiera ser fabricante de algo que me dé mucho dinero — intervino Tom —; estoy seguro que con el tiempo se harán mejores artefactos que reemplazarán a los que tenemos ahora. Y yo quiero ser parte de eso.
— Bueno… ¿dónde piensa mudarse, señor?
— El gobierno tiene ramas en muchos lugares. Algunos se muestran más favorables que Port Thomas.
— ¿Se muda fuera del estado?
— A decir verdad, estaba pensando en México.
— ¿Bromea usted?
— Claro que no. Es una fuerte posibilidad.
— Espero que le vaya bien. ¡Ah! Señor Needles, aprovechando que está aquí, quisiera compartir algo con usted. Se trata de un juego de ideas que estaba discutiendo con Tom. Se me ocurrió cuando salí de su edificio el primer día, aunque nunca lo comenté antes con nadie porque me pareció trivial. A usted lo encontraron esposado en el lavabo del baño y me pregunté… ¿Por qué los ladrones tendrían que llevar esposas para entrar a robar a un departamento? Le digo esto porque cuando existe la intención premeditada de inmovilizar a los ocupantes, suelen usar cuerdas o sogas…
— Tu padrastro lo dijo: eran unos aficionados que no sabían lo que hacían.
— Sí, eso podría explicarlo. Una banda con experiencia en ese rubro no iba a estar llevando esposas a las casas o departamentos una y otra vez, aparte del hecho de que posiblemente haya más de una persona dentro de las habitaciones. Pero mi padre dice que usar esposas ocurre frecuentemente en casos de secuestro, casi nunca en el robo de viviendas; ahora bien, el juego del que le hablo es este: Supongamos que una persona finge un robo en su departamento y quiere que lo encuentren inmovilizado, pero no hay nadie alrededor que lo ayude.
— ¿Qué estás tratando de decir?
— Nada, señor Needles, no se moleste, no estoy hablando en serio, es solo una hipótesis. Ahora bien, la persona en cuestión no podría usar cuerdas porque cuando se ata a una persona, digamos a una silla, siempre la dejan atada con las manos en la espalda, obviamente. El problema es que es imposible atarse uno mismo de esa forma. No se puede. ¿Cuál sería la alternativa más cercana? Estuve jugando a eso con Tom y llegamos a una sola posibilidad.
— ¿Cuál es?
— Usar esposas. No hay otra. A no ser que usted tenga alguna sugerencia.
— No, no la tengo.
— Lo entiendo, señor. Mmm…no quisiera ser indiscreta, pero… ¿qué le pasó en la pierna?
— Fue un accidente en la escuela… tú sabes, uno se cae, se resbala… incluso hay deportes en los que uno se puede lastimar: atletismo, lucha grecorromana…
— Usted no parece un luchador grecorromano.
— Solamente son ejemplos, nada más. Ahora, si me disculpas, me tengo que retirar. Saludos a tu padre, Tom.
El hombre se dio la vuelta y dio unos cuantos pasos, solamente para recibir una palabra más de la joven:
— ¿Béisbol?
Needles volvió la vista atrás.
— ¿Qué dijiste?
— Nada, simplemente es otro ejemplo de deporte donde probablemente alguien se puede lastimar; también podría ser básquetbol, vóleibol… Bueno, adiós. ¿Vamos, Tom?
Una vez que vio a Kelly alejarse con su amigo, el hombre empezó a caminar rápidamente en la dirección contraria. No hizo caso de los semáforos, estaba realmente fuera de sí. El recorrido original que le había tomado veinte minutos, esta vez le tomó nueve. Las cosas parecían girar en círculo alrededor de él. Los automóviles tenían la intención de atropellarlo. Los niños le gritaban. Entró al edificio casi derribando la puerta para encontrar a varios propietarios reunidos en el lobby.
— ¡Ron! ¿Por qué tan agitado?
— ¿Agitado? No puedo creer que me pregunten eso. Ayer me enteré que alguien de ustedes colaboró con este robo.
Los demás se miraron, incrédulos, excepto Carter, quien lo miró con desprecio.
— ¿De qué estás hablando, maldito?
— Estoy hablando de que hubo un cuarto hombre que los ayudó. ¡Alguien más que está presente en este momento!
— ¡Tú fuiste quien le abrió la puerta a tu amigo delincuente y si no hubiera colapsado nos habrían vaciado todos los departamentos! ¿Cómo sabemos que tú no lo planeaste todo?
— Piénsalo, Carter. Tú vives en el 401, muy cerca del cuarto del conserje. ¡El único departamento que no hubieran descerrajado hubiera sido el tuyo porque entonces Bill sí hubiera escuchado todo y llamado a la policía!
— ¡Miserable! — gritó el aludido, quien hubo de ser contenido para evitar que golpeara a su interlocutor — ¿Sabes por qué estamos todos aquí? Habíamos reunido una cantidad de dinero para ayudarte a pagar tus deudas bancarias. ¡Mira esto, basura! ¡Ahora trágatelo y atórate, sabandija! — terminó diciendo, arrojándole los billetes a la cara.
La gente se retiró a sus departamentos. Ron Needles cayó de rodillas, gimiendo de desesperación. El recepcionista bajó la cabeza.